Todos los verdaderos cristianos reconocemos la divinidad del Espíritu Santo, es decir, que él es una de las tres Personas divinas y no una mera influencia.
Pero si consideramos por un instante la posición que ocupa el Espíritu Santo en la presente dispensación de la gracia, veremos que oramos por medio del Espíritu, en el nombre de Cristo, dirigiéndonos al Padre (véase tan solo Romanos 8:15; Juan 14:14; Mateo 6:6).