En la Biblia la palabra “salvación” se emplea en diferentes sentidos. Es importante que no los confundamos ni omitamos ninguno de ellos, pues debido a esto muchas almas se turban o inquietan.
1. La salvación del alma
En la cárcel de Filipos (Hechos 16), cuando el carcelero, espantado y temblando, cayó a los pies de Pablo y de Silas diciéndoles: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”, ellos respondieron:
Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.
Así es como Jesús da una salvación perfecta y eterna, adquirida en la cruz del Calvario, al alma que gime bajo el peso de sus pecados. Es la maravillosa certeza que nos da Juan 3:36: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna."
Es bueno que el alma que cree en Jesús como Salvador también comprenda esta verdad: su salvación no descansa en sus propios méritos o sentimientos, sino solo en la obra de Cristo; esta obra satisfizo completamente todas las exigencias de la justicia divina. Dios dio la prueba de su entera satisfacción resucitando a Jesús de entre los muertos. De manera que, para la fe, Cristo resucitado es la prueba de nuestra perfecta justificación ante Dios (Romanos 4:24-25).
2. La salvación en la marcha cristiana
La Palabra nos habla de otra salvación en la cual la responsabilidad del creyente juega un papel importante. El que ha sido redimido por la sangre de Cristo y por lo tanto se ha convertido en un hijo de Dios, corre el peligro constante de caer en las numerosas trampas que Satanás y el mundo ponen en su camino. Debe tener mucho cuidado en andar como hijo “de luz” (Efesios 5:8). En el mismo sentido el apóstol Pablo decía a los filipenses: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (cap. 2:12). Había combatido juntamente con ellos (cap. 1:27-30); y luego, durante su ausencia, ellos mismos tenían que trabajar, no para conseguir la posición de hijos de Dios, adquirida por la obra de Cristo, sino para alcanzar cada día la victoria sobre el enemigo, hasta el fin de su carrera en este mundo.
En este mismo sentido también escribía a Timoteo:
Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren
(1 Timoteo 4:16).
Aunque nuestra responsabilidad interviene en esta salvación, no olvidemos que solo la realizaremos contando con “aquel que es poderoso para guardaros sin caída” (Judas 24).
3. La salavación (o redención) de nuestro cuerpo
Hay otra salvación prometida a los que han aceptado a Jesús como Salvador. Es la “redención de nuestro cuerpo”, la cual deseamos ardientemente, gimiendo dentro de nosotros mismos. El apóstol habla de ella en Romanos 8:23. Esta salvación del cuerpo también es obra de Cristo. Será realizada completamente cuando Cristo vuelva por los suyos.
Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan (Hebreos 9:28).
Actualmente esta salvación es el objeto de la fe del creyente: “porque en esperanza fuimos salvos” (Romanos 8:24); y es lo que le desprende de las cosas terrenales y le hace fijar los ojos en un Salvador resucitado, ahora en los cielos, pero que volverá en breve. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:20-21). ¡Qué maravillosa esperanza!