“No hay justo, ni aun uno… por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:10-23).
“La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo
(Romanos 5:1).
Mas el justo por la fe vivirá
(Romanos 1:17).
La fe que justifica es semejante a una llama de fuego que no puede dejar de dar luz. Si vemos una llama que no brilla ni alumbra, deducimos que es una llama pintada. Del mismo modo, cuando en un hombre no vemos ninguna luz de obras buenas, es una señal de que el tal no posee la verdadera fe que Dios da a todos los que son justificados.
También podemos comparar esa fe santa a la divinidad de Jesucristo. Siendo verdadero hombre, pero sin pecado, él hacía cosas extraordinarias: sanaba a los enfermos, daba la vista a los ciegos, echaba a los espíritus inmundos, resucitaba a los muertos. Ahora, pues, Cristo no era Dios porque hacía esas obras milagrosas. Él era Dios antes de hacer cualquiera de ellas. Y las hacía porque era Dios. Igualmente, la fe viva y verdadera es un principio divino en el alma del cristiano que opera eficazmente y que jamás se cansa de hacer el bien. Un hombre no es cristiano por causa de las obras que hace, sino por la fe, y por eso hace buenas obras, las cuales no lo hacen justo, pero sí demuestran que lo es. Como la divinidad de Cristo era la causa de sus milagros, así también la fe, obrando por el amor, es la fuente de las buenas obras que hace el cristiano.
De esta manera establecemos las buenas obras afirmando que la fe que justifica no puede existir sin las buenas obras; sin embargo, no son las buenas obras las que nos justifican, pero sí la fe. La razón de esto es que somos hechos hijos de Dios por la fe, siendo revestidos de Cristo (Gálatas 3:26-27). De ese modo la justicia de Dios viene a ser nuestra justicia. Porque Dios justifica al que cree en su Hijo Jesucristo.
Además, los que son justificados por la fe, sabiendo que son justos con la justicia de Dios, no comercian sus buenas obras con Dios, como si tratasen de comprar de él la salvación de sus almas; pero estando llenos del amor de Dios y deseosos de glorificar a Jesucristo, se entregan a Dios para hacer Su voluntad. Renunciando a sí mismos, a su amor propio, no aman al mundo, ni las cosas que hay en el mundo, y resisten al diablo con las armas que Dios les ha dado.
Siendo hijos de Dios, están animados por el Espíritu Santo que mora en ellos, para vivir como conviene a los hijos de semejante Padre.