Arrepentimiento

La importancia del arrepentimiento se muestra por la frecuencia con que esta palabra se cita en la Biblia. En el Nuevo Testamento aparece unas 65 veces, sea como sustantivo o como verbo.

Pasajes como Hechos 3:19; Marcos 1:15; Hechos 2:38; 26:20; Lucas 24:47; Hechos 20:21 y 2 Corintios 7:10, que rogamos no dejen de cotejar, demuestran el lugar prominente que esta palabra tiene en la predicación de los apóstoles.

Pero, ¿qué es el arrepentimiento? Según la definición oficial de la Real Academia, es sencillamente sentir pesar por haber hecho o dejado de hacer algo. Concepto algo trivial y distinto a la contrición: «Dolor y pesar por haber pecado y ofendido a Dios», y que no debe confundirse, ni por un instante, con la penitencia: «Serie de ejercicios penosos con que uno procura la mortificación de sus pasiones y sentidos para satisfacer la justicia divina».

Si, pues, el arrepentimiento no es la conversión, ni el bautismo, ni la fe, ni el dolor o contrición según Dios (aunque guarda relación con todo ello), como hemos visto en los referidos pasajes que nos lo demuestran claramente, ¿qué es, pues?

En el Nuevo Testamento la palabra griega metanoia, que suele traducirse por arrepentimiento, significa: «tener otro parecer» o cambio de pensamiento, y se usa para indicar un cambio de pensamiento en cuanto al pecado, a Dios o a sí mismo. El hijo mencionado por el Señor en Mateo 21:28-29 nos da un excelente ejemplo de arrepentimiento.

Pero en las Escrituras, dicha palabra encierra un sentido mucho más profundo que el simple cambio de pensamiento. El arrepentimiento es el juicio moral de sí mismo, de nuestro estado, de nuestro andar, y esto en presencia de la benignidad de Dios. Es el despertar total de la conciencia a la realidad del pecado frente al infinito amor y gracia de Dios. El arrepentimiento es un trabajo que va escudriñando profundamente el alma; hoy en día es preciso insistir mucho sobre ello, ya que nuestra predicación se dirige muy poco a la conciencia (es decir, a la facultad de discernir el bien y el mal).

No hay que olvidar estas cosas en la predicación moderna y en la obra de evangelización, como se hace muy a menudo. Cuando no se insiste sobre el verdadero arrepentimiento a los oyentes, no se puede esperar resultados duraderos. Es preciso decir a las almas perdidas: «Eres un pecador, arrepiéntete, pues el Señor viene pronto». Pero, ¿lo hacemos?

El arrepentimiento, primero de los seis puntos fundamentales de la doctrina de Cristo, según vemos en Hebreos 6:1-2, implica la confesión de los pecados (Mateo 3:6), demostrando frutos dignos de ello (Mateo 3:8; Lucas 3:8; 16:30; Hechos 2:38; 3:19). El arrepentimiento es una condición imprescindible para todos los hombres, so pena de perecer eternamente (Lucas 13:3-5; Hechos 17:30). Además, hay más gozo delante de los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente, que por 99 justos que ya no necesitan arrepentimiento; verdad magistralmente ilustrada por la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:7-21).

En el Antiguo Testamento, cuando el arrepentimiento se refiere a Dios, significa un cambio de acción o de obrar, por ejemplo Génesis 6:6: “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra…”. Pero el Nuevo Testamento solo muestra dos casos concernientes al arrepentimiento en relación con Dios; y en ambos se afirma la inmutabilidad de su acción: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29), “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos 7:21). ¡Cuánta seguridad para el corazón: Dios es fiel!

El arrepentimiento es un don de Dios (Hechos 11:18), es precedido por el dolor según Dios (2 Corintios 7:10) en vista de Su benignidad (Romanos 2:4), y es para toda la vida, sin revocación alguna.