Los textos formales

¿Es un principio malo exigir un texto formal? Ciertamente así lo creo. Nos alegra tenerlos, sin duda alguna, pero me parece claro que si he entendido y comprendido la voluntad de Dios, debo hacer su voluntad y seguir su pensamiento, aun no teniendo siempre un texto formal. Encuentro el principio malo, porque muy a menudo los creyentes que quieren hacer su propia voluntad en algún punto determinado, piden un texto formal cuando la voluntad de Dios es muy clara y evidente, y justifican su desobediencia por la ausencia de un texto formal.

No dejamos ningún lugar para el progreso espiritual si regimos nuestro obrar solo por textos formales que obliguen.

Debemos estar llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, y no hay ningún lugar para ello si solo obramos basados en textos formales. Estamos llamados a discernir las cosas excelentes; para mí es perfectamente claro que si veo la voluntad de Dios, estoy obligado a hacerla sin que exista un texto formal que lo exija. Un pasaje que muestre esa voluntad, obliga, aun sin existir un texto formal para el caso.

Pablo tomó la profecía de Isaías capítulo 49 como un mandamiento para dirigir su conducta; en esta profecía no existe ningún texto formal. Se me dirá que él estaba inspirado. Sin duda, él comprendía la Palabra mejor que nosotros, pero esto no es motivo para desobedecer la voluntad de Dios cuando la Palabra me muestra esa voluntad sin que haya un texto formal. Doy un ejemplo para mostrar lo que hay de malo en esos principios. Un hijo oye a su padre que ora en la habitación contigua; está pidiendo a Dios por él. Derrama su corazón ante Dios rogando que lo guarde de la mala sociedad y de los compañeros que le arrastran al mal. El hijo sabe bien que se trata de un lugar a donde él va a jugar billar. Se le insinúa que no vaya a tal lugar. Pero se dice a sí mismo: necesito una orden formal. ¿Qué dirá un cristiano de tal hijo? Ahora bien, todo lo que el hijo hace es pedir una palabra formal, cuando sabe muy bien lo que su padre quiere.

En el fondo, la petición no es otra cosa que el mismo principio en sí: Todo lo que no está prohibido, está permitido, y si no tengo un texto formal que me dirija, no tengo nada en la Palabra que me obligue… La fórmula abre en sí una ola de inquietudes y errores que son enteramente contrarios a la voluntad de Dios y a su pensamiento tales como los encuentra revelados en la Palabra quien es instruido por el Padre, sin que haya ningún texto formal que hable de ello. Solo puedo decir que considero este principio como algo malísimo.

Me agrada tener un texto formal, pero estoy presto a obedecer, si la voluntad de Dios es clara por la Palabra, sin que haya uno. Ahora puede comprenderse por qué, por mi parte, rechazó el principio que aprueba la exigencia de un texto formal, y que dice que sin tal texto no se está obligado a obedecer…

Recuerdo el caso donde se ha pedido un texto formal para la disciplina. Los disidentes han citado el pasaje de 1 Corintios 5:2 como una lista de personas que por su conducta merecen la excomunión. Ahora bien, aquí no se menciona al asesino ni al ladrón. Se me puede decir: Pero está escrito: “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros”. De acuerdo. Esto es suficiente. Pero no tenemos texto formal que defina la pregunta: ¿Quién es un perverso? Se necesita un juicio espiritual. Ya he dicho bastante. Hay casos claros para todos, los casos donde la Palabra de Dios se expresa de manera positiva; pero limitar la obediencia a estos casos cuando la voluntad de Dios es suficientemente conocida, no es el temor de Dios.

Supongamos el caso de alguna o algún creyente que quiera casarse con jóvenes mundanos. Es una prueba clara de que el corazón, estando alejado de Dios, encuentra su placer en otra parte fuera de Cristo, y esta es la fuente de muchas miserias. Yo hago lo que puedo para impedirlo. Se me dice: muéstreme un texto formal que lo apoye. Cito como prueba de principio: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”. Como principio, el pasaje tiene toda la fuerza para mostrar el mal y la imposibilidad de glorificar al Señor y gozar juntos de su comunión, allí donde el lazo más estrecho debe subsistir. Pero en esto no se quiere ver un texto formal que hable de casamiento. Y se pasa por encima.

Aceptar solo textos formales es negar la necesidad y la ventaja de la espiritualidad para obedecer a Dios y comprender su voluntad. Se me dirá: Pero así se nos abandona a la fantasía de los hombres. Respondo: de ningún modo. El Espíritu Santo de Dios conduce a los cristianos, los forma a la imagen del Señor, realiza en ellos todas las cosas en el nombre del Señor Jesús. Cristo es grabado por él en sus corazones, para hacerles andar de una manera digna del Señor. Aquel que quiera hacer su voluntad conocerá si la doctrina es de Dios o si es un hombre quien habla por sí mismo. Seguidamente… Todo juicio espiritual, presentado como siendo el pensamiento de Dios, debe ser comprobado por la Palabra escrita. Mas siempre queda la verdad de que hay una espiritualidad que discierne lo que es excelente, sentidos ejercitados que disciernen el bien y el mal.

Negar el Espíritu es tan falso como negar la Palabra escrita; deben reconocerse el primero y lo segundo. Quien pretende servirse de la Palabra sin el Espíritu niega el cristianismo, y aquel que es enseñado por el Espíritu encontrará en la Palabra escrita el conocimiento de la voluntad de Dios allá donde no hay texto que lo exprese formalmente. El Señor prueba la resurrección mediante estas palabras: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. No tenemos, se nos dirá, ni su sabiduría ni su autoridad. Seguro que no. Pero donde he encontrado su voluntad, debo obedecer. La espiritualidad decidirá teniendo en cuenta lo que la Palabra contiene. Dios juzgará los extravíos de unos y legitimará la conducta de aquellos que son fieles.

He expresado mi pensamiento y no busco la controversia, de otro modo tendría muchas cosas que hacer resaltar. Digo, pues, que allí donde la voluntad de Dios es cierta, es un mal principio pedir un texto formal. Se escapa así a la obediencia y a la fidelidad.