Nuestro Salvador pasaba por Jericó rodeado de grandes multitudes. Todos parecían mostrar interés vital en el Señor. El gentío lo apretaba. No obstante, tal parecía que las gentes solo estaban movidas por mera curiosidad buscando satisfacer un superficial sensacionalismo.
Sin embargo, había un alma, una sola alma que en verdad deseaba ver a Jesús con fines muy diferentes y con propósitos más elevados. Había una sola alma interesada en su bienestar para el tiempo y la eternidad. Había un solo corazón que anhelaba los bienes de1 cielo y la paz del alma. Las muchas riquezas materiales no habían llevado la felicidad al corazón de Zaqueo. La abundancia de los bienes materiales no satisfacía su corazón. Su alto estado de solvencia económica no le proporcionaba ningún consuelo ni dicha. El mundo no satisfacía su corazón. Por eso Zaqueo deseaba ardientemente encontrarse con Jesús. Pero había impedimentos. Tenía dificultades. El mismo Zaqueo era su principal problema. Las gentes también impedían su contacto bienhechor con el Salvador. Siempre ha sido así. Cuando deseamos ser salvos y servir a Dios habrá que vencer grandes barreras, el mayor impedimento es nuestro propio corazón frío, rebelde e incrédulo. La gente que nos rodea a veces nos sirve de obstáculo para encontrarnos con la salvación. Pero el interesado en salvarse luchó y se venció a sí mismo, venció también las circunstancias, subiéndose a un árbol, desde donde pudo ver el objeto de su afanosa búsqueda, al bendito Hijo de Dios. Es interesante notar que este individuo que anhelaba ver a Jesús pudo ver al Señor interesarse en él de modo particular. Jesús dejó la multitud y mostró interés en aquel que mostraba interés especial en él. Nuestro Señor Jesucristo le llama por su nombre, va a su hogar y allí pronuncia estas palabras:
Hoy ha venido la salvación a esta casa.
Zaqueo recibió al Salvador. Fue salvado gloriosamente. Se consagró al Señor. Desde entonces fue un hombre feliz y venturoso.
Hoy ha llegado la salvación al corazón del que lee estas palabras. Cristo toca a las puertas del corazón del estimado lector. La salvación del alma es el tesoro mayor de esta vida. ¿De qué le valdrá al hombre si gana el mundo y pierde el alma?
Jesús no dijo en aquella ocasión: “Hoy ha venido la religión a esta casa”. Tampoco dijo: “Hoy ha venido la reforma a esta casa”. Nada de esto resolverá el problema del alma. “Ha venido la salvación”. La salvación en la persona del glorioso Señor Jesucristo. Ha venido la salvación. Ello implica la transformación radical del corazón, el total perdón de todos los pecados mediante la fe en la sangre expiatoria de Jesucristo, la justificación con sus resultados de paz y ventura eterna. Es el cielo invadiendo el corazón para limpiarlo, satisfacerlo y hacerlo dichoso ahora y para siempre.
El amor de Dios queda manifestado al ofrecer tan gloriosa bendición al pecador perdido. Esa cortesía del cielo merece la cortesía del lector. Debe aceptar lo que Dios le ofrece. Despreciar ese don implica la descortesía más funesta y ello acarrea perdición eterna. “Hoy ha venido la salvación a tu casa”. ¿Qué va a hacer con ella? No importa el estado en el que de halle, usted puede ser salvo en estos mismos momentos. Acepte a Jesucristo en su corazón, ríndase a su precioso Salvador y disfrute ahora mismo de la paz de los redimidos. Jesús dijo: “Al que a mi viene, no le echo fuera”.
El que cree en mí tiene vida eterna.
Amigo lector, hoy ha venido la salvación a su casa. Reciba a Cristo ahora y sea feliz para siempre.