Un sondeo en el centro de los Estados Unidos, donde la proporción de los divorcios es de cada cuatro matrimonios, ha dado el siguiente resultado: En las familias en que se lee la Biblia y se ora en común, se produce un solo divorcio por cada cuatrocientos matrimonios: ¡Cien veces menos el promedio general! Es muy probable que se obtendrá el resultado contrario si se hiciera el mismo sondeo acerca de la televisión y los otros medios de comunicación que suprimen a menudo las conversaciones y las actividades familiares. ¡Qué contraste entre “la Buena Nueva” que presenta la Biblia y las “malas noticias” traídas regularmente por la información y “la cultura” modernas!
Un joven incrédulo se había convertido en una familia cristiana con la que vivió un tiempo como pensionista. El culto familiar después de la comida era mantenido fervorosamente. Quince años después, él tuvo la oportunidad de volver a ver a sus amigos: ¡Qué decepción le aguardaba! El aparato de televisión había reemplazado al Santo Libro y su influencia se hacia sentir en toda la vida de la familia.
Es cierto que la cotidiana agitación actual es cansadora y es una satisfacción poder recibir sin esfuerzo ideas e imágenes, las que hacen del televidente una unidad intercambiable entre los millones de seres que son arrastrados en la carrera de este mundo. Los niños y los jóvenes tienen a la vista prácticas que son gérmenes de sufrimientos. Aún las series en que “los buenos” vencen a “los malos” abatiéndolos a tiros, hacen perder de vista el mandamiento: “No mataras”. Estas prácticas, Dios los califica con una palabra muy simple: El pecado. Él lo aborrece aunque ama al pecador.