Acerca de la oración

La oración del recién nacido

Se ha dicho que la oración manifiesta la debilidad del hombre y también es la primera expresión del alma que acaba de nacer de Dios. Saulo de Tarso, cegado por la luz de la gloria del Señor, es llevado de la mano a Damasco, donde se ve a este perseguidor de los cristianos de rodillas y orando. Poco tiempo antes de esto, “respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor”, y ahora su ferviente oración sube a Jesús; las palabras: “He aquí, él ora” nos muestran que el oído y el corazón del Señor estaban atentos a las suplicas del “primero de los pecadores”, como se llama a sí mismo mas tarde.

Hay muchas probabilidades de que Saulo, que había sido hasta entonces un fariseo riguroso, haya dirigido a Dios muchas oraciones formalistas y muertas, tal vez no las de los “hipócritas” que el Señor denuncia en Mateo 6:5, sino posiblemente parecidas a la del fariseo de Lucas 18, satisfecho de sí mismo y dándole gracias a Dios por ello. Pero en Damasco se halla frente a su verdadero estado y pronuncia la oración del publicano: “Dios se propicio a mí, pecador”. El está en las tinieblas, incapaz de salir de ellas, pero el Señor lo oye y envía a su siervo Ananías, quien, al poner las manos sobre él, le dice: “hermano Saulo… recibas la vista…”. Entonces sus ojos se abren a la luz de una vida nueva.

La oración de la importunidad

La oración lleva caracteres muy diversos en la Palabra de Dios. En Lucas 11 vemos a Jesús enseñar la oración de la importunidad a sus discípulos. ¡Cuán práctica es la escena que el Señor describe! Ahí está ese sentir profundo de lo que nos falta, de nuestra dependencia de Aquel que se hace conocer a nuestra alma como el único que puede darnos lo que necesitamos. No hay otro auxilio posible ni otra puerta a la que se pueda golpear: De ahí la necesidad de perseverar en implorarle. “Pedid y se os dará”. Lo que está puesto en evidencia en esta parábola, no es la bondad del Señor ni su disposición a responder prontamente al que invoca, sino mas bien esta tenacidad del corazón apegado a Dios que le suplica hasta conseguir lo que es para él una profunda necesidad, con tal de que sea la voluntad de Dios. Así es probada la fe por la aparente indiferencia de Aquel que conoce realmente los corazones y sabe que al confiarse a él la fe persevera con ardor y triunfa. De este modo hace brillar toda la gracia de Dios que supera a las peticiones, como el amigo que se levanta no solo para dar los tres panes, sino “todo lo que necesite”. “Pedid, y se os dará”. Pero recordemos que hay casos en los cuales el Señor tiene que contestar: “Bástate de mi gracia” (2 Corintios 12:9).

La oración que tranquiliza

Podemos estar preocupados por miles de inquietudes diversas; sin embargo, se nos dice: “Por nada estéis afanosos” (Filipenses 4:6). Por nada: ¿Cómo es posible? En cambio: “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios…” ¿Cuál será la contestación prometida a estas peticiones? Puede ser que el objeto preciso de nuestro ruego no nos sea otorgado, sino algo infinitamente más preciso: “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Dios pone su paz en el corazón que ha descargado sus preocupaciones sobre él.

¡Cuán dulce es poder ir a él con gran clamor o con las lágrimas secretas que él conoce y tiene en cuenta, y entregarle todo! Al pedir con fervor, el corazón aprende a pasar de la oración a la suplicación hasta que el alma se eleve por encima de las nubes y domine a las preocupaciones que la oprimían; hasta que pueda, en la pura luz celestial, prorrumpir en acciones de gracias. Dios nos alienta, entonces por medio de la seguridad que tenemos de saber que él ha cargado con todo y que nos ha dado, en cambio, “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento”.

La oración del combatiente

Dejado aquí abajo para servir al Señor y testificar acerca de él, el cristiano tiene que participar en la lucha constante contra el enemigo como “buen soldado de Jesucristo”. Es lo que encontramos especialmente en el capítulo 6 de la epístola a los Efesios, en el cual la oración está mencionada como la acción perseverante de los creyentes que han tomado la armadura de Dios: Cinturón de verdad, coraza de justicia, calzado de prontitud para propagar el evangelio de la paz, yelmo de la salvación, escudo de la fe y espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Esos creyentes son exhortados a orar “en todo tiempo, con toda oración y suplica en el Espíritu y velando en ello con toda perseverancia y suplica, por todos los santos…” (Efesios 6:18), o sea por todos los creyentes. Así lo hacia Epafras, compañero de servicio de Pablo, quien oraba para que sus hermanos permaneciesen firmes, perfectos en todo lo que Dios quiere.

Los grandes intereses del Señor están colocados ante nosotros en lugar de nuestras propias dificultades. No quiere decir que el Señor no se interese por nuestras pruebas, sino que aquí las oraciones en las cuales tenemos que velar con toda perseverancia son las que suben a favor de “todos los santos”.