La paz os dejo, mi paz os doy;… No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo
(Juan 14:27).
He aquí dos expresiones muy distintas. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Cristo murió por nosotros y, habiendo cumplido por su sacrificio con todas las exigencias divinas respecto al pecado, él “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). Entonces, todos lo que creen son reconciliados con Dios: Eran enemigos ahora son justificados (Romanos 5:9 y 10). Ahora, pues ya no hay para ellos condenación alguna (Romanos 8:1).
La paz de Dios es otra cosa. Es la paz de Aquel que habita en luz inaccesible, una paz que nada ni nadie puede turbar. Sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7) y puede guardar nuestros corazones y nuestros pensamientos cuando las preocupaciones los abrumarían. Dios no nos pide quedar indiferentes, descuidados o estoicos en medio de las pruebas. Pero quiere que seamos sin preocupación, diciéndole todo y pidiendo su ayuda en oración. Aún más, desea que nos regocijemos siempre en el Señor. Así disfrutaremos de la paz de Dios. Por cierto, nadie conocerá la paz de Dios mientras no tenga la paz con Dios.