En la vida cristiana es muy importante tener siempre delante de nosotros la persona de nuestro Señor Jesucristo como el objeto de nuestra fe. El vino a este mundo para la honra y gloria de su Padre, y como tal el Espíritu Santo siempre le presenta a nuestros ojos.
En la carta a los Hebreos, capítulo 9, versículos 24-28 nos es presentada la obra del Señor en tres distintos aspectos, relativos a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
En cuanto al pasado, leemos que “ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” (v. 26-27).
Aquí vemos la obra que Cristo vino a hacer, y que hizo. El hombre es pecador y, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). También, “después de la muerte, el juicio”. Nadie puede negar que la muerte llega a todos, pero muchos quieren negar que el juicio viene después, porque el hombre inconverso no quiere pensar en tener que comparecer delante de un Dios santo en el gran trono blanco, como nos dice Apocalipsis 20. Pero Cristo “se presentó… para quitar de en medio el pecado”. Los que se reconocen pecadores delante de un Dios santo y se arrepienten y aceptan a Cristo como su Salvador, que murió para quitar sus pecados, reciben el perdón. Como resultado ellos son contados entre los “muchos” cuyos pecados han sido llevados por Cristo en la cruz.
Aunque Cristo terminó la obra de la redención cuando “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24), esto no es el fin de su obra. El entró en el cielo mismo para presentarse ahora “por nosotros ante Dios”. Él está allí, como nos dice en esta misma epístola (cap. 4:15), como nuestro Sumo Sacerdote, que se compadece de nuestras debilidades, porque fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Sí, Cristo se encarnó, se hizo hombre y ha pasado por las pruebas de la vida aquí. Cuando nosotros pasamos por pruebas y tentaciones, nuestro Sumo Sacerdote se compadece de nosotros, y podemos llevarle a él en oración todas nuestras cuitas y pruebas. El esta allí sentado sobre el trono de Dios, aquel trono que era para nosotros un trono de juicio, pero que ahora es un trono de gracia. Y la exhortación para nosotros es “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Además, la presencia del Señor allí como nuestro Sumo Sacerdote, es la garantía de nuestra eterna salvación, pues nos dice en Hebreos 7:24-25: “Este, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Por lo cual puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Los sacerdotes del antiguo sacerdocio aarónico murieron, siendo sucedidos por sus hijos, pero no así Cristo. El resucitó de entre los muertos, ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios. El nos representa allí; él intercede por nosotros. A él podemos llegar en oración con toda confianza, y su obra actual a nuestro favor no terminará hasta que estemos con él en la misma gloria.
Además, nuestro pasaje en Hebreos 9 también nos habla de futuro. “Y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”. Esta es la obra futura, Cristo vino la primera vez en relación con el pecado. Vino en humildad y fue llevado a la cruz para hacer allí expiación por el pecado. Vino para sufrir. Pero su segunda venida será una apariencia gloriosa. Aquí en Hebreos no hace la distinción entre las dos partes de su segunda venida, pero sabemos de otros pasajes que vendrá primero para arrebatar a los suyos a la gloria, como nos dice, por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 4:13-17. Luego vendrá con los suyos para establecer su reino glorioso, y nosotros reinaremos con él. Esta venida es “para los que le esperan”, y todos los redimidos le esperan.
Así vemos que Cristo se presentó la primera vez para cumplir la obra de expiación, “para quitar de en medio el pecado”, que se presenta ahora en el cielo como nuestro Sumo Sacerdote, donde intercede por nosotros, y aparecerá en el futuro para llevar a los que le esperan a su presencia, para después tenerlos con él en su glorioso reino.
¿Qué debe ser nuestra actitud actual en vista de todo esto? Sin duda, debemos ocuparnos de él, como nos exhorta en Hebreos 12:2: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de le fe”. En vista de todo lo que hizo por nosotros, lo que hace y lo que hará, que nos ocupemos mas de él y de sus intereses mientras esperamos su segunda venida.