Los capítulos 26 a 28 se consagran a Tiro, la opulenta ciudad fenicia, señora de los mares y principal centro comercial de la antigüedad. Lo mismo que un comerciante puede felicitarse de la desaparición de un competidor vecino, Tiro se alegró de las calamidades de Jerusalén. Precisamente, esa malsana alegría llegará a ser el motivo de su propia ruina.
El capítulo 27 enumera sus clientes y proveedores y hace la inmensa lista de los productos de su comercio.
Tiro es una imagen del mundo y sus riquezas.
Los hombres siempre han pensado que el crecimiento del nivel de vida de los pueblos era el medio para liberar a la humanidad de sus penas y miserias. No han cesado de trabajar en procura de esa prosperidad material, tendiendo todos sus esfuerzos a embellecer el mundo y hacer la vida más agradable en él. Pero, lejos de conducir las almas a Dios, esa carrera en pos del progreso no hizo sino desarrollar la autosatisfacción (cap. 27, final del v. 3), la pretensión laodiceana de ser rico y no tener necesidad de nada.
Entre las preciosas mercancías de Tiro se buscaría en vano el “oro refinado en fuego” de la justicia divina, las “vestiduras blancas” del andar práctico y el “colirio” para los ojos de la fe, que es el Espíritu Santo. Porque solo se los puede “comprar” al Señor Jesús (Apocalipsis 3:17-18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"