Aquí empieza una nueva división de la profecía. Está fechada en un solemne día que marca el comienzo del sitio final de Jerusalén (comp. 2 Reyes 25:1). Jehová vuelve a tomar la comparación de la olla (cap. 11:3) y anuncia que no solo su contenido (los habitantes de la ciudad) será consumido sino que también la olla (Jerusalén con su herrumbre inveterada) se fundirá en el fuego que se enciende.
Sabemos en qué estado saldrá la ciudad de ese espantoso sitio (2 Crónicas 36:19). Pero ese mismo día trae también a Ezequiel personalmente el duelo y el sufrimiento: súbitamente le es quitada su mujer. Así, por sus propias circunstancias, el profeta enseña a los hijos de su pueblo qué dolores van a caer sobre ellos cuando Jehová les quite lo que más quieren su capital y su santuario.
Se comprueba que un siervo de Dios no deja de compartir las pruebas de aquellos entre los que vive. ¡Cuántas aflicciones han sido las de ese hombre de Dios! A fin de ser una “señal” para su pueblo (v. 27), le vemos someterse a todo lo que Jehová le pide (comp. Salmo 131:2).
¡Sin que el Señor necesariamente nos pida grandes sacrificios, es de desear que halle en nosotros instrumentos dóciles y discípulos obedientes!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"