Reuniones de oración
El libro de los Hechos nos muestra que la oración y las reuniones de oración tuvieron un lugar importante en las actividades de los creyentes del Nuevo Testamento. Precisamente en el principio de aquel libro hallamos que los discípulos (cerca de 120) perseveraban unánimes en oración y ruego en Jerusalén mientras esperaban el prometido descenso del Espíritu Santo. La oración fue una de las cuatro cosas en las cuales perseveraban (Hechos 1:14; 2:42, 46); seguidamente, el día de Pentecostés, tuvo lugar el gran derramamiento del Espíritu Santo.
A través del libro de los Hechos sabemos que los creyentes se reunían para la oración colectiva. Nos enteramos también de que en todo momento de dificultad se convocaba a reuniones de oración. Notemos, además, que las ocasiones en las que se producían grandes bendiciones eran precedidas por reuniones de oración.
Un ejemplo notable del poder de la oración colectiva se da en Hechos 4:31-33, donde se lee:
Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios… Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos.
Aquí vemos el bendito resultado de la oración conjunta en la asamblea. Nos damos cuenta de que el camino para alcanzar el poder espiritual y un genuino denuedo para hablar de Cristo empieza cuando todos juntos levantamos nuestra voz en oración. Por lo tanto, merced a este pasaje sobre la oración y a muchos otros del libro de los Hechos, no podemos menos que concluir que las reuniones regulares para orar son una verdadera necesidad para la asamblea. Ningún cristiano –ni ninguna congregación de cristianos– puede prosperar espiritualmente sin reunirse en forma colectiva para orar. Las reuniones habituales para orar son una necesidad vital para toda asamblea de creyentes. Una reunión semanal de oración debe caracterizar a toda asamblea. Las reuniones especiales con ese mismo fin deben ser convocadas cuando exista una necesidad determinada. El libro de los Hechos nos habla acerca de reuniones habituales y especiales.
La oración colectiva
Todo cuidadoso lector de las Escrituras está enterado del lugar tan importante que la oración individual y privada tenía en la vida de los hombres de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Puede ser que algunos piensen que la oración individual es todo lo que se necesita. No obstante, vemos que hay bendiciones especiales como consecuencia de la oración colectiva. El Señor dio una promesa definida en cuanto a contestar una petición concertada colectivamente:
Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos
(Mateo 18:19).
Aquí hay una promesa especial que puede realizarse solamente cuando hay oración colectiva.
Orar a solas, en casa, es de una importancia básica. Decimos básica porque de allí viene la fuerza individual que ha de ser llevada a la reunión de oración colectiva. Pero no hay nada comparable a las oraciones de la reunión de oración cuando aquellos que han orado fielmente como individuos se ponen de acuerdo y oran como colectividad. La oración de una asamblea rodea el trono de la gracia y del cielo bajan bendiciones especiales, porque es la oración de la asamblea en el nombre del Señor Jesucristo. Si la oración eficaz del justo puede mucho (Santiago 5:16), cuánto más se puede esperar de las oraciones fervientes y eficaces de una asamblea. Una asamblea de justos unidos en sus peticiones y a quienes el Espíritu Santo imparte energía, puede aun más.
La oración de una asamblea no es meramente un determinado número de individuos que pronuncian cierta cantidad de oraciones acerca de un asunto específico. Más bien, es la presentación de una oración, un ejercicio espiritual hecho unánimemente, a través del cual la asamblea desarrolla un tema que, intensificado 25, 50 o más veces, apunta a un objetivo común, concreto. Tal ejercicio es producido por la armonía puesta por el Espíritu de Dios entre las personas que están presentes. Todos oran como un solo cuerpo que presenta a Dios una sola petición. Todos dicen amén a ese tema que sube al Padre en el nombre del Señor Jesús. Hay, por lo tanto, un poder especial en tal unanimidad de oraciones. Tal es el gran poder confiado a la Iglesia. Este poder puede ejercerse en la oración y el ruego para lograr bendiciones incalculables para la asamblea y para otros.
Pero notemos que hay una condición moral, muy necesaria, para la oración colectiva de una asamblea. Es la unidad de pensamiento, el acuerdo cordial, es decir, la unanimidad. “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho…”. La expresión literal es: «Si dos de vosotros modularan un común sonido». No debe haber una nota discordante o carente de armonía o una falta de acuerdo entre los que oran. Es necesario que acudamos ante el trono de la gracia en santa armonía de corazón, mente y espíritu. De otra manera no podemos pretender una contestación que corresponda a la promesa que nuestro Señor formula en Mateo 18:19.
Esta unidad y acuerdo santo es lo que caracterizó a los creyentes y a las reuniones de oración mencionados en el libro de los Hechos. Eso explica también la bendición inmediata que Dios les concedió. “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego”; “estaban todos unánimes juntos”; “perseverando unánimes cada día en el templo”; “alzaron unánimes la voz a Dios” (Hechos 1:14; 2:1, 46; 4:24).
Aquí hay un punto de inmenso peso moral grandemente relacionado con el tono y el carácter de nuestras reuniones de oración. ¿Por qué son a menudo tan pobres, frías, muertas y sin poder? ¿No será acaso porque los creyentes dejan de reunirse unánimemente? ¿No será tal vez porque falta un acuerdo definido en cuanto a la oración por ciertas cosas? Hoy en día hay mucha falta de un solo corazón y un mismo sentir en los creyentes. Deberíamos preguntarnos hasta qué punto estamos de acuerdo con los objetivos que se ponen delante del trono de la gracia en nuestras reuniones de oración.
Oraciones definidas
Muchas veces las reuniones de oración parece que no tuvieran un objetivo. Las oraciones se notan confusas y desorientadas. En las Escrituras los discípulos generalmente tenían alguna meta definida en su mente. Estaban completamente de acuerdo sobre un objetivo y oraban con un espíritu de unanimidad.
En Hechos 1 y 2 todos esperaban el Espíritu que les había sido prometido y oraron a Dios con unidad de pensamiento hasta que Él vino. En Hechos 4 oraron unánimes pidiendo denuedo para predicar la Palabra de Dios. Oraron, además, por que se hicieran señales y prodigios mediante el nombre de Jesús. En Hechos 12 la iglesia oraba sin cesar por la liberación de Pedro, quien estaba en la cárcel. Hubo oraciones muy definidas en sus reuniones, además de una armonía feliz. Dios contestó aquellas oraciones y les dio poder a los creyentes que habían orado tan fervientemente.
Cuando los discípulos dijeron a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”, Él les dio una oración corta, sencilla y directa. Les dijo de uno que fue a un amigo a medianoche y le pidió tres panes. Al principio su amigo se rehusó, pero, debido a la insistencia del hombre, terminó por acceder (Lucas 11:1-10). Con esta lección el Señor nos enseña a ser definidos y perseverantes en nuestras oraciones.
Estas palabras del Señor nos dicen de una petición hecha a causa de una necesidad positiva y sentida como algo concreto en el corazón y la mente. La solicitud fue simple, directa, precisa y seria: “Amigo, préstame tres panes”. No fue una declaración larga, divagadora y aburrida sobre una variedad de asuntos. No contenía las explicaciones largas que muchas veces se oyen en las reuniones de oración.
Largas oraciones que predican
La oración verdadera no consiste en decir al Señor una multitud de cosas. Tampoco consiste en repetir frases familiares ni declaraciones doctrinales como si estuviéramos explicando principios a Dios o dándole mucha información. Las oraciones largas que, al fin y al cabo, terminan siendo predicaciones, no son más que conferencias y exposiciones hechas por hombres arrodillados. No se ajustan a la forma bíblica de las genuinas oraciones públicas.
Una cuidadosa lectura de las Escrituras revela que las largas oraciones públicas no son la regla en la Biblia. El Señor se refiere a ellas con desaprobación. “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos” (Mateo 6:7). Al referirse a los escribas habló de ellos como los que “devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones” (Marcos 12:40). Salomón dijo con sabiduría: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie, y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque… de la multitud de las palabras (viene) la voz del necio” (Eclesiastés 5:1-3). Debemos concluir, por lo tanto, basándonos en las porciones de las Escrituras arriba citadas, que el que hace largas oraciones públicas se pone a sí mismo en la categoría de los gentiles, los escribas y los necios.
La oración pública más larga registrada en la Biblia es la de Salomón en oportunidad de la dedicación del templo. Puede ser leída en cinco minutos. La oración más larga que encontramos en el Nuevo Testamento es la oración del Señor en Juan 17. Puede leérsela en tres minutos. Las oraciones breves, fervientes y definidas imparten frescura, interés y poder a la reunión de oración. Las oraciones largas y divagadoras ejercen, por regla general, una influencia deprimente y debilitante sobre la reunión. En una reunión de oración es mucho mejor orar brevemente varias veces que hacer una sola oración larga.
La fe y el perdón
Para que una oración sea eficaz, uno tiene que orar con fe.
Os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá
(Marcos 11:24).
Es necesario que oremos con una fe sencilla, con la plena certeza en nuestro corazón de que recibiremos lo que estamos pidiendo. Para que las oraciones lleguen al trono de la gracia tienen que alzarse por la fe y proceder de corazones fervientes y confiados.
A continuación de lo dicho en Marcos 11:24 sobre la necesidad de orar con fe, el Señor dio otro requisito para que la oración sea eficaz: “Cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas” (Marcos 11:25). Para que nuestras oraciones sean oídas y contestadas, es necesario un espíritu de perdón. Si abrigamos en el corazón resentimientos y rencores contra otros creyentes, no puede haber una real unidad en la oración. El Espíritu de Dios será estorbado y un efecto deprimente se notará en la reunión.
Es importante recordar que toda oración verdadera tiene que ser hecha por el Espíritu Santo. “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu”, “orando en el Espíritu Santo” (Efesios 6:18; Judas 20). Para ello el Espíritu tiene que estar libre, no puede estar contristado ni apagado dentro de nuestro corazón ni en la asamblea.
Se dice frecuentemente que la reunión de oración es el pulso espiritual de la asamblea. El carácter y el tono de esta reunión es una indicación y manifestación del estado espiritual de toda la asamblea. Si pocos asisten y el espíritu es de desánimo, el estado espiritual de la asamblea no puede ser bueno. Cualquier persona que voluntariamente deja de concurrir a la reunión de oración está por cierto en un mal estado de alma. El creyente sano, feliz, serio y diligente estará en la reunión cada vez que le sea posible.
Que podamos conocer más la verdadera oración por el Espíritu Santo, poner más en práctica el ejemplo bíblico de la oración y de la reunión de oración, y perseverar en estas cosas.