Reuniones de evangelización y actividades evangelizadoras
En esta sección vamos a considerar las reuniones de evangelización, la escuela dominical y las reuniones para niños. Tal trabajo evangelizador es importantísimo y tendría que formar parte vital de las actividades de toda asamblea. Esa obra no es llevada a cabo por la asamblea como tal, sino por individuos a quienes el Señor llama para realizarla. No obstante, la asamblea debería alentar tales reuniones y sostenerlas mediante la oración y la ayuda material, con el fin de alcanzar a los inconversos y traerlos a las reuniones, para que escuchen acerca del camino de la salvación y sean salvos.
Hemos dejado para el final la consideración de las reuniones de evangelización, pero no para dar la idea de que tienen menor importancia. Primero hemos hablado meramente de las reuniones llevadas a cabo por la asamblea; ahora hablaremos de la obra de individuos. Realmente, la predicación del Evangelio es un servicio personal, dirigido primeramente a los inconversos y en segundo lugar a los creyentes. El propósito de esto último no es otro que el de instruir a los creyentes en la verdad. Esta obra es primeramente la tarea de los que han recibido del Señor el don de evangelista. La esfera especial de tal ministerio es el mundo, de manera que está más fuera de la Iglesia que dentro de ella.
Sin embargo, cada asamblea debería tener reuniones regulares y una escuela dominical para evangelizar sin distinción de edad. Creemos firmemente que las Escrituras enseñan que la asamblea tendría que ser un núcleo completamente evangelizador, caracterizado por profundos afectos inspirados en el Evangelio; una asamblea enérgica en llevar la Palabra de vida a los inconversos. Pablo escribió a la asamblea de Tesalónica:
Desde vosotros ha resonado la palabra del Señor, no sólo por Macedonia y Acaya, sino en todo lugar vuestra fe para con Dios se ha divulgado
(1 Tesalonicenses 1:8, V. M.).
La Iglesia debería ser una verdadera base de suministros desde la cual saliera el Evangelio hacia un mundo tenebroso. De ella deberían salir evangelistas y obreros a las calles y carreteras con las buenas nuevas de salvación. Deberían salir animados por la comunión refrescante y por las oraciones de los hermanos de la asamblea.
Los cuatro evangelios constituyen la firme base del Nuevo Testamento. La recepción del Evangelio es el fundamento de la vida cristiana. Por eso la predicación del Evangelio es el fundamento del testimonio de la asamblea. Una asamblea que no tiene un interés sincero en el Evangelio no es una asamblea acorde con el modelo divino presentado en las Escrituras.
La epístola a los Filipenses nos dice cuán celosa por el Evangelio era la asamblea de Filipos. Pablo dio gracias a Dios por su “comunión en el Evangelio, desde el primer día” (Filipenses 1:3-5). A esto agregó que en la defensa y confirmación del Evangelio todos participaban con él de la gracia (cap. 1:7).
Ningún individuo está en buena condición de alma si no procura, de un modo u otro, traer almas a Cristo. Tampoco una asamblea puede estar en buena condición espiritual si sus miembros no tienen interés en la salvación de las almas y en hacer esfuerzos para presentarles el Evangelio de la gracia de Dios. No todos los creyentes pueden predicar el Evangelio, pero todos pueden orar por la salvación de almas. Todos, también, pueden orar por los que proclaman las buenas nuevas. Pueden hacer esfuerzos para traer a alguien a la reunión de evangelización. Todos deberían testificar acerca de Cristo y repartir tratados. Cualquiera sea el don que uno tenga, o aun si no tuviera un don prominente, puede y debe cultivar un deseo anhelante por la salvación de almas.
Si las asambleas y los individuos están satisfechos de continuar semana tras semana, mes tras mes, año tras año sin realizar siquiera un esfuerzo evangelizador o una conversión, su condición espiritual debe de ser muy baja. Por el contrario, donde la asamblea ora con fervor por el Evangelio y por la salvación de las almas, hay frescura de espíritu, celo por las almas y lluvias de bendición. Cada recién convertido, verdaderamente nacido de nuevo, es fuente de gozo y trae nueva vida a la asamblea. Cuando no se hace ningún esfuerzo por la difusión del Evangelio, cuando no hay conversiones, el resultado no puede ser otro que muerte espiritual y atrofia entre los creyentes. La obra que no se propaga, se extingue.
Métodos de evangelización
Hay necesidad de estudiar las Escrituras y notar y seguir la manera de predicar de los apóstoles. Los métodos sensacionales y de «alta presión» usados por algunos hoy en día parecen ser un esfuerzo por hacer la obra del Señor a la manera del mundo. Necesitamos más de la obra de Dios y menos de la obra del hombre. Dejemos que la predicación sea de gran seriedad y que el amor de Dios constriña a las almas a que se reconcilien con Él. Dejemos que se cuente con el poder del Espíritu Santo para presentar el Evangelio y obrar en los inconversos a fin de que se arrepientan y lo crean. No se nos olvide predicar el arrepentimiento, el estado perdido y arruinado del hombre y el completo y efectivo remedio divino hallado en el Evangelio de la gracia de Dios en Cristo Jesús.
Acordémonos de que, para que los resultados sean permanentes, el mensaje tiene que ser “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6). Pensemos también en Santiago 5:7-8: “Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones, porque la venida del Señor se acerca”. Su venida traerá el gran día de la cosecha y revelará el fruto de todos los esfuerzos hechos para Él y para la salvación de almas preciosas. Entretanto, con seriedad, sembremos la buena semilla del Evangelio en el corazón de la gente –joven o no– por todas partes. Luego esperemos con paciencia que brote el fruto. Recordemos que un alma verdaderamente convertida vale más que cientos forzadamente obtenidas por el sensacionalismo o los medios humanos, los cuales, obviamente, carecen de la realidad y del poder del Espíritu Santo.
Bien podemos agregar aquí que el evangelista u obrero debe ser libre en cuanto a métodos y modo de trabajar. Él sale con la energía de su fe personal y es responsable ante Cristo solamente. “Para su propio Señor está en pie, o cae” (Romanos 14:4); por lo tanto, no juzguemos al criado ajeno. El tal no debe estar sujeto a ciertas regulaciones ni restringido por hombres con una mente estrecha, quienes se oponen a todo lo que no encaja con sus propias ideas. No se debe exigir del que trabaja como evangelista que observe reglas con una exactitud considerada apropiada en una reunión de adoración de la asamblea.
Un evangelista con corazón ancho puede no tener inconveniente ante su Señor y Maestro en hacer muchas cosas que no estarían de acuerdo con el juicio y los sentimientos de algunos en la asamblea. Puede sentirse libre para usar un estilo de hablar y un modo de trabajar que estarían fuera de lugar en otras reuniones de la asamblea. No obstante, siempre que no viole ningún principio vital o fundamental, no tenemos derecho a oponernos a él, ni mucho menos a condenar su trabajo. Debe ser dejado libre para trabajar con sus propios medios y según su propia responsabilidad delante del Señor1 . La asamblea no es responsable por el modo particular en que un individuo desarrolla su trabajo para el Señor. “Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12).
El Señor dio la gran comisión:
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura,
pero no definió el método ni el modo de hacerlo. Esto lo ha dejado enteramente librado al individuo, dando por sentado que el comisionado es dirigido por el Espíritu Santo, dentro de cada época cambiante, bajo circunstancias variables y en medio de costumbres y condiciones diferentes. El apóstol Pablo dijo: “Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:22). “El que gana almas es sabio” (Proverbios 11:30).
- 1Nota del editor: El autor presenta aquí el trabajo personal e individual del evangelista. Él predica en el mundo y no en la asamblea. La asamblea es responsable de todo lo que se predica en ella. Por su parte, el evangelista, como cualquier otro creyente, es responsable de su conducta ante la asamblea.
La escuela dominical
El Señor Jesús dijo:
Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios
(Marcos 10:14).
Cierta vez Él llamó a un niño, lo puso en medio de sus discípulos y les dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos… y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe… Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños” (Mateo 18:2, 3, 5, 10). De modo que no debemos olvidarnos de los niños de nuestros países en nuestros esfuerzos evangelizadores.
Los niños constituyen el campo más fructífero para la obra evangelizadora, porque sus corazones todavía son tiernos y dispuestos a contestar sencillamente al llamamiento celestial de Cristo por medio de su Palabra. No han sido endurecidos todavía por el pecado. Están, además, en el período de la vida en el que se forma el carácter y se determinan los destinos. Un psicólogo ha dicho: «Una persona raras veces cambia sus hábitos después de su mayoría de edad». Y se ha estimado que sólo una persona de cada mil se convierte al Señor después de los veinte años de edad.
Una encuesta enviada a 1.500 predicadores para sondear cuál había sido la edad de su conversión, reveló que la edad promedio había sido de doce años. Un juez de Brooklyn, Nueva York, dijo que entre 2.700 muchachos que comparecieron ante su tribunal, ni uno había sido alumno de una escuela dominical.
Todos estos hechos demuestran la importancia y la bendición de los esfuerzos evangelizadores entre niños y jóvenes. El propósito de la escuela dominical es enseñar a los niños las preciosas verdades de la Biblia. Las verdades sobresalientes son: la condición pecaminosa del hombre, la salvación completa en Cristo Jesús y la senda y la obra del creyente en este mundo. No es suficiente enseñarles nada más que estas cosas. También es esencial procurar ganarlos para Cristo y orar por su conversión.
Creemos que no podemos hacer nada mejor que presentar a nuestros lectores una excelente carta sobre este asunto. Fue escrita hace muchos años por un muy conocido siervo del Señor: C. H. Mackintosh. Dice así: «Querido amigo: Estamos verdaderamente agradecidos de que usted haya empezado una escuela dominical. Es un privilegio que se me permita aconsejarle sobre el modo de dirigirla. Cuanto más vivimos, tanto más apreciamos la obra bendita de enseñar en una escuela dominical. Lo estimamos, además de interesante, como algo agradable, y creemos que cada asamblea de creyentes, congregados en el nombre del Señor, debería sostener tal obra con su simpatía y sus oraciones. Sentimos decir que algunos muestran mucha tibieza en cuanto a la escuela dominical y que otros tienen mala opinión acerca de esa obra. Estiman que es una intrusión en el deber que tienen los padres de familia cristianos de criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. La escuela dominical no fue planeada para interferir la acción de los padres, sino para auxiliarlos en su obra de enseñanza y entrenamiento. Para los niños que no reciben en sus hogares ninguna instrucción en las cosas de Dios, la escuela dominical es, muchas veces, la única fuente de ayuda espiritual.
Hay miles de niños en todas las ciudades y pueblos que no tienen padres o que, si los tienen, éstos son completamente incapaces de enseñarles o no están dispuestos a hacerlo. El maestro de escuela dominical tiene interés especial en alcanzar a tales niños.
Es imposible decir dónde y cuándo se verá la cosecha del trabajo de una escuela dominical. Quizás sea en los desiertos del África o en las heladas regiones del Norte; quizás también en las selvas, en el mar. Tal vez se vea en el presente o, de lo contrario, más tarde. A veces la cosecha aparece sólo años después de fallecido el maestro o la maestra. Pero fuese cual fuese el lugar y el momento, el fruto con certeza será producido, si la semilla fue sembrada con fe y regada por la oración.
Puede ser que el niño de la escuela dominical se convierta más tarde en un joven malvado. Tal vez parezca que se le haya olvidado todo lo bueno, santo y verdadero. Pero aun es posible que, enterrado en lo profundo de su memoria, haya quedado un versículo de las Escrituras o un dulce himno. En algún momento, o hasta en su lecho de muerte, el Espíritu Santo puede usar ese versículo o ese himno para su eterna salvación. ¿Quién puede expresar la importancia de implantar las cosas de Dios en la mente de los niños cuando todavía está abierta para recibir las cosas de Dios?
Tal vez se nos pregunte: ¿Dónde, en el Nuevo Testamento, hay autorización para la obra especial del maestro de una escuela dominical? Contestamos que es solamente un modo de predicar el Evangelio o de exponer las Sagradas Escrituras a los hijos de Dios. Propiamente hablando, la escuela dominical es una forma profundamente interesante del trabajo evangelizador. Según el Nuevo Testamento tenemos plena libertad para desarrollar tal actividad.
Pero ¡ay! a muchos de nosotros no nos gusta ninguna forma de la obra evangelizadora, ni para beneficio de los de pocos años ni para los de otras edades. Tales personas descuidan la evangelización y desaniman todo plan llevado a cabo para su ejecución y resultado finales. Como algunos de los que se oponen a la escuela dominical parecen ser personas inteligentes, sus palabras pueden influir sobre los jóvenes creyentes.
A usted, amado amigo, le decimos: No permita que nada le desanime en la obra que se le ha encargado. Es obra buena. Continúe usted con ella a pesar de los que se le oponen. Se nos dice que seamos ricos en buenas obras y que no nos cansemos de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Gálatas 6:9).
Consideremos ahora la manera de ocuparse de una escuela dominical. Hay que recordar que es un trabajo individual que ha de desempeñarse como una responsabilidad personal ante el Señor. Por cierto que es de mucha importancia tener plena comunión con los colaboradores y con todos los hermanos; no obstante, la obra de director o maestro es una responsabilidad personal ante el Señor, cumplida según la medida de gracia dada por Él. La asamblea no es más responsable, ni está más implicada en esta forma de servicio para el Señor, que lo está en la predicación del Evangelio, en reuniones en casas particulares o en conferencias o clases bíblicas. Sin embargo, si la asamblea está en una condición sana y espiritual, tendrá comunión con la escuela dominical y con toda clase de obra personal para el Señor.
Se verá, si no nos equivocamos, que, para trabajar bien, hay que tener un buen director, una persona de energía, orden y autoridad. Hay gran verdad en el refrán que dice: «Lo que es responsabilidad de todos, no es responsabilidad de ninguno». Hemos visto fracasar a varias escuelas dominicales a causa de obreros que trabajaron por un tiempo y luego dejaron la obra. No prosperará una obra a menos que el director y los maestros la inicien con determinación, calma y energía espiritual. Una vez iniciada, tienen que llevarla a cabo con un firme propósito. Creemos que el Señor espera con confianza que el director y el maestro estén en su puesto, o que provean un sustituto en caso de enfermedad o cualquier otra circunstancia ineludible.
Es de suma importancia que toda actividad de la obra de la escuela dominical sea iniciada y llevada a cabo con frescura, celo de corazón y energía. Todo esto debería efectuarse con devoción personal hacia el Señor. Como estos requisitos sólo pueden encontrarse en la Tesorería divina, todos los que están involucrados en este servicio deberían reunirse para orar y conferenciar. Nada puede ser más lamentable que ver venirse abajo una escuela dominical debido a las fallas de quienes la iniciaron. Hay muchas dificultades, es cierto. La obra misma es ardua y desalentadora, a veces, pero con sentido genuino y énfasis decimos: No permita que nada apague su fervor ni impida la obra. ¡Adelante! ¡Adelante! Y que el Señor de la mies corone sus esfuerzos con Sus más ricas bendiciones.
Casi huelga decir que no entra en consideración la participación de personas inconversas en la obra de la escuela dominical. En efecto, no hay nada más triste que una persona sirviendo de maestro –es decir, enseñando a otros– quien no tiene parte ni beneficio en lo que enseña. Dios es soberano y puede usar su propia Palabra, aun en los labios de un inconverso, pero esto no justifica la práctica. No podemos pensar ni por un momento en admitir o invitar a alguien a participar en la obra de una escuela dominical, si no tenemos evidencias satisfactorias de su conversión a Dios. Tal decisión le confirmaría en su engaño fatal.
Para terminar, deseamos hacer notar que las escuelas dominicales deberían tener lugar no sólo en los edificios usados por las asambleas, sino también en lugares tan variados como sea posible. Las reuniones para niños pueden verificarse con éxito también entre semana, en casas particulares o dondequiera que haya puertas abiertas. Las escuelas bíblicas de verano han sido un modo maravilloso de hacer llegar el Evangelio a los niños y de instruirlos en la Palabra de Dios. Los campamentos para niños, y asimismo aquellos destinados a la juventud, han resultado de gran bendición.
¡Que el Señor suscite muchos obreros capaces y diligentes para enseñar a los niños y a los jóvenes a fin de ganarlos para Cristo!