Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados.
(1 Juan 2:1-2)
Este tema se aplica solo a los creyentes, los que se han arrepentido y han confesado sus pecados al Salvador Jesucristo, creyendo que su sacrificio en la cruz es el único medio para obtener el perdón de Dios. Si usted aún no ha dado este paso, hágalo hoy mismo, con sinceridad.
¿Un cristiano peca?
Tristemente, a veces los cristianos pecamos. Entonces, ¿el pecado no tiene importancia?
“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). Si alguien piensa que puede ignorar el pecado, desprecia la santidad de Dios. Y Dios tiene los ojos demasiado puros para ver el mal (Habacuc 1:13); él condena el pecado, sea cometido por un creyente o por un incrédulo. El cristiano no debería pecar; al contrario, debería odiar el pecado, tal como lo hace Dios. Cuidémonos de ofender a Dios tolerando el pecado en nuestras vidas: Dios no puede aprobar a quien lo niega (2 Timoteo 2:13). Además, las consecuencias graves de nuestros actos a veces duran toda la vida. “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).
El pecado no debe ser excusado
«Soy humano». Esta no es una excusa válida para que un cristiano peque.
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9). Cuando alguien ha nacido de Dios, la vida eterna que lo anima no se caracteriza por el pecado. Al contrario, lo protege. Esto no significa que un hijo de Dios no pueda pecar. Pero cuando un cristiano peca, actúa en contradicción con la naturaleza que ha recibido de Dios.
No haga caso al diablo
Una de las mentiras que el diablo susurra al creyente es que el pecado debe ser atribuido a él (al diablo), y no al creyente mismo. El diablo es mentiroso desde el principio, y engaña a quien lo escucha. Pero el versículo de 1 Juan 2:1, arriba citado, deja claro que es el hombre quien peca, no el diablo. Si pecamos, solo nosotros somos responsables; no podemos echar la culpa a otro. “Sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18).
Su confesión es necesaria
Si hemos pecado, ¿qué debemos hacer? Solo hay un camino: acudir al Señor Jesús y confesar nuestro pecado.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Confesar mi pecado ante Dios significa reconocer que soy el culpable, el hacedor del pecado. El perdón eterno adquirido en el momento de la conversión no se pone en duda. Sin embargo, al pecar, estamos en contradicción con nuestra condición de hijos de Dios. Por eso Dios no puede aceptar el pecado en la vida del creyente.
Si nos arrepentimos y confesamos nuestro pecado ante Dios, volvemos a encontrar una dulce comunión con él. Esta es la condición para vivir una vida cristiana feliz. Aquel a quien llamamos Padre nos da entonces su perdón paternal. “Si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pedro 1:17).
El ejemplo del rey David es muy instructivo para nosotros (Salmo 51). Tomó consciencia de los terribles pecados que había cometido, los confesó y se humilló ante Dios. Y Dios aceptó su oración, al igual que escucha la confesión sincera de cada uno de sus redimidos, aún hoy.
¿Cómo reacciona Dios frente al pecado?
Dios se aflige, se entristece, e incluso se ofende cuando los cristianos pecan (véase, por ejemplo, Génesis 6:6, Mateo 26:37, Efesios 4:30). Por lo tanto, debemos humillarnos y examinar nuestros corazones. ¿Cómo pudo ocurrir un pecado así en mi vida? Debemos admitir que a menudo hay incluso varios pecados que confesar. Cuando, en tal estado, nos dirigimos al Señor Jesús en oración, él nos recibe y nos da un nuevo gozo. Al pecar perdemos el gozo de la salvación eterna, pero cuando nos humillamos sinceramente y reconocemos nuestros pecados ante Dios, como lo hizo David en el Salmo 51, el Señor Jesús responde con gusto a esta oración: “Vuélveme el gozo de tu salvación” (Salmo 51:12).
Consecuencias del pecado no juzgado
Si pasamos a la ligera el pecado en nuestra vida de creyentes, nuestro gozo disminuirá, perderemos el interés por la Palabra de Dios, nuestras oraciones carecerán de sentido y, tal vez ni siquiera oremos. A menudo quizá no podremos vivir en paz con nuestro prójimo y nuestros hermanos en la fe. Nos sorprenderá que no hagamos ningún progreso espiritual. ¡El Señor no quiere esto! Desea vernos felices, con la disposición de confesarle todo lo que no está en orden. ¿Lo ha hecho hoy?
Más vale prevenir que curar
Y para el futuro, debemos aprender de nuestros errores. Podemos orar, por ejemplo, para que el Señor nos guarde del pecado en momentos críticos o de desánimo. Podemos orar por una nueva y más profunda comunión con él. Por gracia, aprendamos a desactivar nuestras propias tentaciones y las del diablo leyendo atentamente la Biblia. Entonces nuestro fiel Señor nos guardará de la tendencia a pecar, y experimentaremos más su cercanía.
Manuel Seibel, (Folge mir nach)