El gozo y cómo mantenerlo

Con todo yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación.
(Habacuc 3:18)

Muchos creyentes recordamos con alegría los primeros días de nuestra conversión, cuando conocimos a Dios nuestro Padre por medio del Señor Jesús, cuando su Nombre llenaba nuestros corazones de gozo. Qué bendición y dulzura para el alma confesar el nombre de Jesús ante los hombres. Cuán precioso saber que su sangre fue derramada por mí, que su sacrificio fue un suave perfume para Dios, y que por ello nada podrá separarme del “amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39).

Recordando esto, muchos de nosotros hemos sentido pena al descubrir que esos afectos se han enfriado con el tiempo, y nos preguntamos por qué no podemos recuperar este gozo, a pesar de nuestros esfuerzos. Lamentablemente, en este punto muchos tropiezan o se equivocan. Algunos afirman que para recuperar este gozo se requiere una experiencia maravillosa y misteriosa que llaman “santificación”. Con esto pretenden alcanzar un nivel más alto que los demás cristianos, quienes, según ellos, no están “santificados”. Sin embargo, escudriñando atentamente las Escrituras descubriremos que no somos santificados por una experiencia, sino por la verdad, la Palabra de Dios (Juan 17:17).

El gozo, ¿es negado al cristiano?

Por supuesto que no, pues el verdadero gozo espiritual viene de Dios, y es algo muy precioso. Sin embargo, cada uno puede preguntarse: ¿Qué me llenó de gozo cuando me convertí? ¿Fue pensar en ese gozo? Claro que no. Fue el resultado de conocer al Señor Jesús como mi Salvador personal, y de experimentar su dulce compañía. En esos albores me nutría con un alimento real y sustancial, y esto me regocijaba. Pero luego, confiado en gran medida en esa alegría, perdí de vista la necesidad de alimentarme, y me olvidé de depender del Señor.

Quizás esta sea la verdadera respuesta a la frialdad y a la falta de crecimiento en muchos cristianos. Fijamos la mirada en nosotros mismos, en lo que sucede en nuestro interior, en lugar de fijarla en el Señor Jesús, el único que puede dar un verdadero gozo al corazón.

Ahora bien, ¿dónde conocí a Cristo? ¿Qué me hizo probar por primera vez la dulzura de su comunión? Solo la Escritura; sin ella, aún estaría en las tinieblas.

Entonces, no puedo descuidar este precioso Libro y esperar que mis pensamientos estén impregnados de Cristo. Esto es imposible. Sin embargo, ¡muchos piensan que pueden conservar la alegría mientras descuidan la única fuente del verdadero gozo espiritual!

Una vez que usted haya comenzado a escudriñar las Escrituras, Satanás empleará muchos medios para desanimarlo. Tal vez le parezca difícil y agotador, y surgirán dudas sobre si habrá algún fruto. Esta es una prueba de su fe, y la fe es simplemente la confianza en Dios.

“La mano de los diligentes enriquece”. Y “el que recoge con mano laboriosa las aumenta (las riquezas)”; “en toda labor hay fruto”, y “gloria de Dios es encubrir un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo” (Proverbios 10:4; 13:11; 14:23; 25:2). “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). Con diligencia aprenderá, poco a poco, y cada lección será guardada verdaderamente en el corazón. Además, cuando el corazón aprende algo por sí mismo, el gozo que se deriva de ello es más sereno y profundo que el conocido anteriormente. Pero ¡cuídese de confiar en ese gozo!

Gozarse estudiando la Palabra de Dios

Siga aprendiendo constantemente más y más de Cristo: solo así el alma se mantiene fresca y viva. Si desea gozarse verdaderamente estudiando la Palabra de Dios, abra ese precioso Libro con un espíritu de reverencia y humildad. En cada palabra que lea, escuche la voz del “Alto y sublime, el que habita la eternidad” (Isaías 57:15), como si hablara directamente a su alma. No recurra a las Escrituras con un motivo egoísta, simplemente con el propósito de obtener algo para sí mismo, y para mostrarlo a los demás. La clave que le abrirá la Palabra de Dios es tener a Cristo como el objeto de su corazón.

Cuando el Señor Jesús se unió a los dos discípulos que iban camino a Emaús, “les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:27). Qué dulce testimonio dieron ellos un poco más tarde: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (v. 32). Para conservar la belleza y la frescura de la Palabra de Dios en el alma, debemos tener una mente presta a ver algo de Cristo en todas partes. Podemos hallar, como en los evangelios, un contacto directo con Cristo; o en las epístolas, la doctrina concerniente a su persona, su obra y su gloria; también hallamos el Evangelio predicado a los inconversos, o la Iglesia, que es su Cuerpo.

El Antiguo Testamento abunda en tipos de Cristo en sus diversos caracteres: Hijo de Dios, Hijo del Hombre, Profeta, Sacerdote, Rey, Siervo, Pastor, Cordero de Dios, y otros.

En los salmos y en los profetas, él también es el centro, como en toda la Biblia. Esforcémonos más en encontrar este precioso “tesoro escondido”, recordando siempre que, si Cristo es realmente el Objeto, al corazón no le faltará nada. Entonces podremos decir sinceramente, como el profeta Jeremías: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (15:16).

El Señor Jesús dice:

Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.
(Juan 15:11)

L. M. Grant (Toward the Mark)