La palabra secta, traducción de la voz griega Hairesis (de donde viene la palabra herejía, en castellano), se encuentra seis veces en el libro de los Hechos y luego en 1 Corintios 11:19 (aquí aparece como “disensiones”), Gálatas 5:20 y 2 Pedro 2:1.
El sentido de dicha palabra es bien conocido: define determinada doctrina o sistema (filosófico o religioso) sobre cuya base se reúnen sus partidarios. Sin embargo, hoy en día el sentido de la palabra “secta” ha sufrido cierto cambio, pues gran parte de la cristiandad ha tomado el título y monopolio de «Iglesia Católica», o Universal1 . De ahí que cualquier denominación religiosa, cualquier congregación cristiana que no pertenece a la citada comunión católica, es vista por esta como secta o herejía. Desde entonces, esta palabra ha recibido un sentido de reprobación o vituperio.
A menudo se llama “secta” (en el sentido de partido, cisma o división) a cualquier congregación o denominación cristiana que se aparta del conjunto de los demás cristianos, o por lo menos de los que así se llaman. El vocablo secta (o herejía) lleva en sí más o menos cierto reproche o menosprecio, debido a que quienes integran la secta se reúnen sobre la base de determinada doctrina o bajo cierto nombre distintivo. No se puede decir que este punto de vista sea completamente equivocado. Su aplicación puede ser equivocada, pero no la idea. Para nosotros es incluso un tema de suma importancia averiguar lo que nos da el derecho de llamar “secta” a una congregación de cristianos. En otras palabras, si se llama secta a ciertas denominaciones eclesiásticas, es absolutamente necesario conocer los verdaderos fundamentos sobre cuya base nos congregamos. Porque todo lo que no esté fundamentado sobre estos principios resulta ser, en efecto, una secta.
La verdad de la unidad de la Iglesia, sea la unidad de todos los creyentes manifestada personalmente por ellos en el mundo (Juan 17), o la unidad del cuerpo de Cristo obrada por el Espíritu Santo (Hechos 2:1; 1 Corintios 12:13), siempre conserva la mayor importancia para los cristianos.
El Señor Jesús rogó al Padre, respecto a los que habían de creer en él por la palabra de los apóstoles:
Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste…
(Juan 17:21).
Esta es la unidad práctica de los creyentes en comunión con el Padre y con el Hijo. Los apóstoles, por obra de un solo y mismo Espíritu, debían ser unánimes en pensamientos, palabras y hechos, como lo son el Padre y el Hijo en la naturaleza divina (Juan 17:11). De allí que los que habían de creer en él por la palabra de ellos son uno en comunión con el Padre y con el Hijo. “La gloria que me diste, yo les he dado”. Arriba en la gloria seremos “perfectos en unidad”, pero desde AHORA debemos manifestar dicha unidad, “PARA QUE EL MUNDO CREA…” (Juan 17:21-23).
Más tarde, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino del cielo y bautizó a todos los creyentes de aquel entonces en un solo cuerpo espiritual unido a Cristo, como el cuerpo está unido a su cabeza, y que se manifiesta en esa Deidad sobre la tierra (1 Corintios 12:13). Es fácil entender que aquí siempre se trata de la tierra y no solo de la gloria venidera, porque en 1 Corintios 12:26 leemos: “Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”. Es cierto que nadie sufre en el cielo. Luego el Espíritu Santo añade: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”.
Todo este capítulo resalta la misma verdad. Las citas son suficientes para probar que se trata de la Iglesia de Dios. Asimismo, vemos en qué consiste la verdadera unidad obrada por el Espíritu Santo: en primer lugar, la unión de los hermanos entre sí, y luego, la unidad del cuerpo.
El espíritu sectario se revela cuando se quiere reunir a creyentes sobre otra base de unidad diferente a la que acabamos de mencionar: «Tomar como punto central de la unión de varios cristianos determinada doctrina o confesión de fe, para con este medio sellar en un cuerpo a aquellos que se adhieran a dicha confesión, también es manifestar un espíritu sectario. Porque semejante unidad no radicará en la base bíblica de la unidad del cuerpo de Cristo, ni mucho menos en la de la unidad de los hermanos. Si algunos –poco importa si son doscientos o trescientos millones– se han reunido de este modo con el fin de establecer una congregación eclesiástica o denominación cualquiera, y se reconocen entre sí como miembros de dicha denominación, entonces ellos forman verdaderamente una secta. Porque el fundamento de semejante agrupación no es el de la unidad del cuerpo de Cristo, y sus partidarios no se reúnen solo como miembros de dicho cuerpo (aunque todos puedan serlo individualmente), sino como miembros de esa denominación (llámese evangélica, romana u ortodoxa), excluyendo a los demás creyentes».
Todos los creyentes nacidos de nuevo son miembros del cuerpo de Cristo, un ojo, una mano, una boca, un pie… (1 Corintios 12:13-25).
Ser miembro de una iglesia (en oposición a otras, diferenciándose de ellas) es un concepto completamente ajeno a la Sagrada Escritura. Esta compara la Iglesia en la tierra a un cuerpo cuya cabeza es Cristo (Efesias 1:22-23; Colosenses 1:18).
Cada cristiano es un miembro de este cuerpo, un miembro de Cristo. Ser miembro de determinada denominación es, como hemos visto, un concepto radicalmente diferente. Como la celebración de la Cena del Señor es la misma expresión de la referida unidad (lo vemos claramente en 1 Corintios 10:17), cuando una congregación de cristianos solo admite a la Mesa del Señor a sus partidarios, se forma una unidad diametralmente opuesta a la unidad del cuerpo de Cristo, la cual Dios quiere que sea manifestada en la tierra. De hecho, ellas siguen formando una secta y niegan así la referida unidad del cuerpo. Porque habrá muchos que son miembros del cuerpo de Cristo y que, sin embargo, no son miembros de esa denominación; por lo tanto, al celebrar ellos la Cena del Señor, no expresan la unidad del cuerpo de Cristo, aun cuando participan de ella con espíritu piadoso.
Ahora bien, se nos presenta una dificultad. A veces oímos decir: «Los hijos de Dios están dispersos, muchos hermanos piadosos son miembros de una u otra denominación, y conservan tal o cual doctrina peculiar, e incluso en muchas circunstancias están mezclados con el mundo, aun en materia religiosa». Por desgracia, todo eso es verdad. Hay muchos que no tienen ni la menor idea de lo que es la unidad del cuerpo de Cristo; o más grave aún, que niegan la necesidad de manifestar dicha unidad sobre la tierra. ¡Pero nada de eso desvirtúa, ni por un instante, la verdad de Dios! Los que se reúnen de las diferentes maneras que hemos enumerado, en realidad solo forman una secta. Pero si reconozco a todos los cristianos como miembros del único cuerpo de Cristo, si les manifiesto amor, siempre y cuando anden en verdad, en santidad, y de corazón limpio invoquen al Señor (2 Timoteo 2:19-22), los recibo con los brazos abiertos, incluso a la Mesa del Señor. Entonces (a pesar de no poder reunir a todos los hijos de Dios) no ando con espíritu sectario, porque mi andar espiritual está basado en la unidad del cuerpo de Cristo, y lucho por la reunión práctica de todos los verdaderos creyentes. Si estoy congregado con otros creyentes para celebrar la Cena del Señor como miembros del cuerpo de Cristo y no como socio de una sociedad o denominación cristiana –poco importa su nombre–, si verdaderamente obro de este modo, reconociendo la unidad del cuerpo, y por lo tanto estando dispuesto a recibir a todos los cristianos que andan en piedad y en la verdad, entonces no soy miembro de ninguna secta, sino del cuerpo de Cristo.
Así que cualquier reunión que se efectúe sobre otro fundamento (poco importa cómo se originó) con el fin de formar una denominación o sociedad eclesiástica es, pues, sectaria o herética, porque «fracciona» la unidad del cuerpo. El principio fundamental es muy sencillo; las dificultades que surgen al querer ponerlo en práctica no son pocas debido al estado en que se encuentra la Iglesia de Dios, pero CRISTO debe bastarnos para todo; y si aceptamos con gozo el parecer «estrechos» o despreciables a los ojos de los demás, entonces el asunto no es tan complicado.
Cualquier denominación cristiana que esté formada sobre otra base diferente a la de la unidad del cuerpo de Cristo es, pues, una “secta”. Semejante agrupación será mayormente una secta cuando los que la integran se consideran, ante todo, miembros de la misma. Asimismo, se manifiesta un espíritu sectario cuando solo se recibe y se reconoce como creyentes a cierto número de personas, aun cuando no llevamos el nombre de ninguna denominación. Desde luego, aquí no hablamos de la disciplina que se aplica en medio del único cuerpo de Cristo, sino del principio sobre el cual se congregan. La Palabra de Dios no reconoce el hecho de ser miembro de una denominación eclesiástica, pero siempre habla exclusivamente de miembros del cuerpo de Cristo. Y todos estos miembros son llamados a manifestar su unidad andando juntos en el Camino. Podemos considerar Mateo 18:20 como un poderoso aliciente en estos días de desunión y discordia, en este peligroso “tiempo del fin”. Allí el Señor ha prometido estar en todas partes en medio de los dos o tres congregados en su Nombre.
En medio de la confusión que nos rodea tenemos, con vista a la senda que nos está señalada, una firme brújula en estas palabras: “Pero en una casa grande…” (2 Timoteo 2:20-22).
- 1Bueno sería notar de paso que no solo la iglesia romana pretende el título de católica o Universal, sino también la anglicana y ciertas ortodoxas. (Nota del traductor)