El llamamiento de Abraham

Génesis 12:2-3

Abraham era un adorador de ídolos cuando el Señor le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. En el libro de los Hechos vemos que el Dios de la gloria apareció a Abraham. Fue probablemente ésta la primera vez que Abraham tuvo que ver con Dios. ¡Cuán hermosa ha debido de ser esta revelación por la cual el Dios de gloria habló con él! Abraham vivía en Ur de los caldeos. Recientes excavaciones hechas en la ciudad donde Abraham vivió, han probado que la gente de Ur había alcanzado un grado de civilización bastante avanzado. Tenía la ciudad una magnífica construcción y las casas, semejantes a las nuestras, estaban provistas de todas las comodidades y confort necesarios.

De esta ciudad salió Abraham obedeciendo el mandato de Dios. ¿Podrían imaginar el sacrificio que representaría para cualquier de nosotros el tener que abandonar nuestro país, nuestros seres más queridos, privarnos de las comodidades que nos rodean?  ¿Dejarlo todo para ir a vivir en una tierra extraña, donde no conocemos ni siquiera un alma ni mucho menos se entiende el idioma? Este fue el paso dado por Abraham que no había arreglado de antemano su itinerario como acostumbramos nosotros a hacerlo. No tenía una persona que lo recibiese a su llegada. No, ni siquiera sabía a donde iba. ¿Cómo pudo hacer tal cosa? Lo hizo por fe, creyó en Dios y le obedeció. Era él un hacedor de la Palabra y, no solo un oidor de esta.

Cuando Dios nos llama para que seamos Sus hijos, no quiere decir esto que tengamos que dejar nuestro país. Pero sí nos llama por su gracia para que nos volvamos de nuestros pecados y creamos en su bendito Hijo como nuestro Salvador. De este modo emprendemos nuestro viaje, no a un país terrestre, pero si a uno celestial.

Abraham era peregrino en tierra extraña, de la misma manera que lo somos los creyentes en este mundo. Una vez convertidos, vemos que el mundo no nos entiende ni desea nuestra amistad. Es un gran salvaguardia para ti, joven cristiano, el que el mundo te desprecie. Esto evitará dificultades en tu vida como creyente. Es además motivo de regocijo porque el Señor ha dicho: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19)

Y ahora, ¿para qué nos ha llamado Dios? Con el mismo propósito para el cual llamó a Abraham, esto es para bendecirnos. En primer lugar, las bendiciones fueron exclusivamente para Abraham, luego para todas las familias de la tierra. Dios le dijo:

Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra
(Génesis 12:2-3).

Cuán hermosa demostración del deseo de Dios en bendecir a la humanidad. Cuando él nos llama es porque desea bendecirnos, darnos la verdadera felicidad para que de este modo seamos instrumentos de bendición para los demás.

¡Un raudal de bendición! ¡Que este sea el anhelo de tu vida! Ya sea en tus faenas diarias, en las reuniones del domingo, o en cualquier ocupación relacionada con la obra del Señor durante la semana. Piensa en tu llamamiento de lo alto y en el propósito para el cual Dios lo ha hecho; él desea que seas un raudal de bendiciones y no un charco estancado. Recuerda que doquiera El te haya puesto, allí deberás brindar para él. Permite que tus esfuerzos e influencia se extiendan tan lejos como sea posible. Pero no olvides, que no importa cuanto entusiasmo pudieras sentir por el desarrollo de la obra misionera, si descuidas tu testimonio de verdadero creyente en el hogar, pues esto sería motivo suficiente para obstruir tal raudal. Procura a toda costa mantener tu raudal exento de toda obstrucción. Anuncia las virtudes de Aquel que te ha llamado de las tinieblas a Su luz admirable (1 Pedro 2:9).

“Así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera y, no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él”.

Este es un precioso pensamiento para un joven creyente. ¡Hay tantas doctrinas dispares en la cristiandad!

Incluso oímos a creyentes expresar pensamientos o ideas contradictorias. ¿Cómo puede entonces un recién convertido, desconocedor aún de muchas cosas, permanecer en el buen camino, y saber cuáles son los designios de Dios? Aquí tenemos la respuesta: “Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas”. Y se añade entonces en 1 Juan 2:24: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros”. La Palabra de Dios nos comunica la verdad y el Espíritu Santo, actuando en nuestros corazones, nos enseña por medio de esta Palabra, y nos preserva del error.