En la conversión: Al reconocerse perdido ante su poder y su divinidad, “Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8).
Para ser librado de sus pecados: “Vino a él un leproso; (la lepra es una figura del pecado) e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús… le tocó, y le dijo: Quiero, se limpio” (Marcos 1:40, 42).
Para escuchar: “María… sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39).
En las pruebas: “María cuando llegó a donde estaba Jesús… se postró a sus pies… Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió” (Juan 11:32-33).
Para adorarle: “Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias” (Lucas 17:15-16).
Amado lector, ¿Conoces la infinita dulzura de venir a menudo a los pies de Jesús? Es allí, a la luz divina, donde nuestro corazón es escudriñado a fondo; es allí donde se aprende a conocer la ternura del divino corazón; es allí donde se recibe fuerza y ánimo para seguir en el camino; es allí donde el corazón agradecido puede alabarle.