Quisiera declarar y hacer constar de la manera más plena, clara y concisa, que estoy profundamente convencido de la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, y que en esto he sido divinamente enseñado. Cuando leo la Biblia, la leo como la Palabra de Dios, autoridad absoluta para mi alma.
Mi gozo, mi consuelo, mi alimento, mi fuerza, por casi treinta años, han sido las Sagradas Escrituras sencillamente recibidas como la Palabra de Dios. Al principio de aquella época pasé por una muy profunda lucha espiritual sobre este punto. Salido victorioso de la lucha interior, desde aquel entonces, aunque el cielo y la tierra, la iglesia visible y el hombre mismo dejaran de existir, yo, por la gracia de Dios, me tendría con la Palabra, la Biblia, como vínculo inquebrantable, indisoluble entre el alma y Dios. Estoy satisfecho que Dios me ha dado la Biblia con este propósito. No dudo que, a causa de lo que somos, es necesaria la gracia del Espíritu Santo para hacer provechosa nuestra lectura de la Biblia y para que ésta tenga verdadera autoridad en nuestras almas; pero esto no quita que la Biblia misma es por Dios mismo inspirada.
A esto quisiera agregar que, aun siendo necesarias la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo para vivificarla, sin embargo, la verdad divina, la Palabra de Dios, la Biblia, alcanza la conciencia natural del hombre de una manera ineludible. El ladrón aborrece la luz; sin embargo, la luz le descubre. De igual manera, la Palabra de Dios alcanza al hombre, aunque él demuestre hacia ella enemistad. La resistencia humana a la verdad se explica por la verdad misma. Si no llegara ésta hasta la conciencia, ninguno se molestaría a deshacerse de la Palabra de Dios, ni procuraría probarla falsa. No es costumbre humana armarse en contra de juguetes de paja, sino en contra de la espada cuyo filo se siente y se teme.
Además, la Biblia nos habla del amor de Dios, de su infinita gracia, en dar a su unigénito Hijo, para que pecadores como nosotros pudiéramos llegar a Él, para que, purgada de pecado nuestra conciencia por la sangre de su Hijo, pudiéramos estar con Él en gozo perfecto, sin una nube, sin remordimiento, sin temor…
Quisiera agregar en beneficio del lector que el mejor modo de averiguar si o no la Biblia es la Palabra de Dios, y de asegurarse de ella y su autoridad, es leerla, leer la Biblia misma.