Nadie, ni los niños ni los ancianos, puede salvarse, sino únicamente sobre la base de la obra expiatoria de nuestro gran Salvador Jesucristo. En Mateo 18:1-14, el Señor habla acerca de eso. Dice a los discípulos: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. Notemos bien, los menores de edad no se salvan por ser “inocentes”, ni por tener padres creyentes, sino solo por la gracia de Dios. El Señor Jesús vino para salvar lo que se había perdido, y a ello pertenecen también los niños. Pues ellos también nacieron pecadores, y solamente por la sangre del Salvador pueden salvarse. Como los adultos están perdidos en sus delitos y pecados, ya que pertenecen a la misma generación pecaminosa que se encuentra bajo la maldición de Dios. Quien enseñe otra cosa, ataca los fundamentos del cristianismo. Sin embargo, Dios en su gracia y sobre la base del sacrificio enteramente suficiente de Jesucristo, puede aceptar a los niños, darles la vida eterna, limpiarlos e introducirlos en su presencia, y el Señor Jesús nos dice que lo hace. Con eso también es nula la objeción de que solamente se salvarían los niños de padres creyentes.