Los nobles de Tecoa
“Sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor” (Nehemías 3:5).
Este comportamiento de los nobles de Tecoa se debe a que no querían someterse al yugo de Dios, para hacer “la obra de su Señor” (Nehemías 3:5). El orgullo reinaba en sus corazones; para ellos era humillante realizar este trabajo. No estaban acostumbrados a obedecer; se sentían demasiado importantes y cómodos, por lo tanto no querían ayudar en el trabajo del Señor.
¡Qué contraste con el Señor Jesús! Él se hizo pobre, siendo rico, para que nosotros fuésemos enriquecidos por medio de su pobreza (2 Corintios 8:9). Vino a este mundo para hacer la voluntad de Dios, y estaba en medio de los suyos “como el que sirve” (Lucas 22:27). Después de completar el trabajo que el Padre le había encomendado, Jesús, en su maravillosa gracia y amor, se hizo siervo de su pueblo para siempre (Lucas 12:37).
Es bueno que cada hijo de Dios aprenda que solo inclinándonos bajo el yugo del Señor podremos encontrar descanso para nuestras almas (Mateo 11:29). Los nobles de Tecoa optaron por hacer su propia voluntad, y por ello perdieron la bendición que uno recibe al servir. Al mismo tiempo se excluyeron para siempre de los elogios dados a sus hermanos. En lugar de eso, fueron condenados por su orgullo.
La obra de Dios realizada en este mundo se registra en el cielo. Este registro abarca a todos los que participan en el trabajo; toma en cuenta lo que hacen, cómo lo hacen y las razones que los llevan a hacerlo. Es un pensamiento serio, pero también alentador. Ya en el pasado, Dios vigilaba a sus siervos y percibía cómo hacían su trabajo.
El celo de los demás tecoítas
“El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos” (Nehemías 2:20).
Los tecoítas repararon el muro de Jerusalén, a pesar de que “sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor”. Estos líderes eran tibios. Para su vergüenza, esto quedó escrito en la Palabra de Dios hasta el día de hoy. Afortunadamente, para el conjunto, esta falta de celo e indiferencia de los principales no tuvo las consecuencias tan frecuentes en casos parecidos. Al contrario, los tecoítas, que no fueron apoyados por sus jefes, redoblaron su esfuerzo. En el versículo 27 se les ve reparar “otro tramo, enfrente de la gran torre que sobresale, hasta el muro de Ofel”.
Otros que ayudaron a reconstruir el muro
Salum, hijo de Halohes, mostró un gran entusiasmo por el trabajo; incluso motivó a sus hijas para que le ayudaran a reconstruir el muro (v. 12). Era un hombre de alto rango, pues se nos dice que era el gobernador de la mitad de la región de Jerusalén. Sus hijas podrían haber argumentado que, con un padre de tan alta posición, debían mantener la dignidad de la familia y no ensuciarse las manos con ese trabajo. Pero no lo hicieron; al contrario, participaron diligentemente en el trabajo del Señor. La dignidad de su familia no sufrió en absoluto, porque está escrito que Salum restauró, “él con sus hijas”.
Joiada, hijo de Paseah, y Mesulam, hijo de Besodías (v. 6), dos hombres sin notoriedad en las Escrituras, repararon “la puerta Vieja”, situada al noroeste del recinto y, por su nombre, sin duda una de las más antiguas de la ciudad. Estos dos hombres se asociaron para realizar tan importante trabajo. El acuerdo de estos dos desconocidos produjo un resultado considerable, lección muy instructiva para nosotros. La expresión: “junto a ellos”, usada frecuentemente en este capítulo, no es mencionada en relación con su obra. Ellos ocuparon un lugar aparte, sin depender de sus hermanos en ninguna manera, aunque contribuyeron a la obra común. Hombres como estos adquieren un buen grado. Su trabajo demuestra una gran conciencia; nada faltó a la puerta que construyeron: ni vigas, ni batientes, ni cerraduras, ni cerrojos. Además, sirvieron de modelo a los otros. Nótese que para una obra similar, la reconstrucción de “la puerta del Pescado”, fue necesario el concurso de todos los hijos de Senaa (v. 3).
Jedaías (v. 10) restauró “frente a su casa”. Su primera preocupación fue preservar a su propia familia de las invasiones del enemigo. Lo mismo hicieron Benjamín, Hasub, Azarías (v. 23), los sacerdotes y Sadoc (v. 28-29). Todos ellos comenzaron por proteger a los suyos; y como en todos los tiempos, esto es deseable y provechoso entre los santos. ¿Cómo defender al pueblo de Dios, si no se sabe proteger del mal a su propia casa? Este mismo celo honró a Gedeón, cuando fue llamado a juzgar a Israel (Jueces 6:15-35).
El ejemplo de Joiada y de Mesulam (v. 6) continuó dando frutos: en el versículo 11 dos hombres, Malquías y Hasub, repararon la torre de los Hornos, que dominaba toda la muralla al occidente, trabajo muy importante para señalar los peligros y también para la defensa. Además, estos dos hombres emprendieron aún “otro tramo”, prueba de su celo infatigable.
Muchos otros trabajaron en la reconstrucción del muro, cada uno conforme a su celo y a sus fuerzas. Así terminaron el trabajo; pero no por sus propios esfuerzos, sino porque el Dios del cielo les ayudó a lograrlo. Confiaron en Dios, y él no los decepcionó (Nehemías 2:20).
Hoy Dios tampoco decepciona a los que trabajan en su obra, constreñidos por el amor de Cristo (2 Corintios 5:14). Realicemos dicho trabajo con diligencia, en el temor de Dios; todo queda registrado, no solo lo que hacemos, sino también cómo y por qué lo hacemos. “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará” (1 Corintios 3:13).
Recopilación de diversos autores