La Iglesia del Dios viviente n°9

El lugar de la mujer

Ejemplos de la Escritura

Ninguna posición pública

Hemos visto a través de varios pasajes de la Biblia que el lugar de la mujer no es un lugar público, sino que le corresponde más bien desarrollar las múltiples actividades para su Señor y Salvador en la esfera privada. Ya que hemos venido considerando lo que a la mujer no le es permitido hacer, observemos en la Escritura varias posiciones u oficios que no le fueron dados. Todos los sesenta y seis libros de la Biblia fueron escritos por hombres. Ni una mujer fue escogida por Dios para escribir alguna parte de las Escrituras. Ninguna mujer fue nombrada levita o sacerdotisa para servir en el tabernáculo o en el templo del Antiguo Testamento. Ninguna mujer fue escogida por el Señor como uno de los doce apóstoles; todos fueron hombres. Además de los doce apóstoles, otros setenta fueron enviados por el Señor. No se nos dice que entre estos hubiera alguna mujer. Hubo “siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, escogidos en Hechos 6 para servir a las mesas y cuidar de las viudas. Ninguna mujer fue escogida.

En 1 Corintios 15 vemos que hubo muchos testigos para probar la resurrección del Señor. Se dan los nombres de varones individualmente, pero no se menciona el nombre de ninguna mujer. Esto es muy significativo, porque María fue la primera persona que vio a Cristo resucitado y fue enviada por Él con un mensaje maravilloso para los discípulos. Aquí, no obstante, se omitió su nombre en la lista de los testigos. Ciertamente es una prueba de que la Escritura no da a las mujeres un lugar de testimonio público.

Los obispos (supervisores), diáconos y ancianos, cuyas cualidades están descritas en 1 Timoteo y en Tito, fueron escogidos en la Iglesia primitiva. Todos fueron hombres; ninguna mujer estuvo entre ellos. No leemos de ninguna evangelista, pastora o maestra en un sentido público en el Nuevo Testamento. No se menciona a ninguna mujer que hubiera hecho un milagro público. Hay dos testigos en Apocalipsis 11 y ellos son profetas; no son profetisas ni profeta y profetisa, sino que ambos son hombres.

Seguramente la ausencia de mujeres en estas posiciones nos muestra que esta no es su esfera de actividad. Ahora pasemos a ejemplos que nos dan las Escrituras en cuanto a mujeres piadosas que obraban según Dios y a su servicio aprobado por Él.

María la profetisa

En Éxodo 15:20 leemos: “María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas. Y María les respondía: Cantad a Jehová…”. Este fue un buen servicio. Guio a las mujeres en una canción de alabanza al Señor; no procuró guiar a los hombres. Aquí su servicio fue enteramente aceptable, pero más tarde, cuando indujo a Aarón a quejarse de Moisés, fue castigada con lepra a causa de su pecado (Números 12).

Las mujeres en Éxodo 35:22-26

Con relación a la edificación del tabernáculo, las mujeres vinieron con los hombres “y trajeron cadenas y zarcillos, anillos y brazaletes y toda clase de joyas de oro… ofrenda de oro a Jehová”.

Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra.

Así tuvieron ellas una parte maravillosa en la construcción del santuario de Dios.

Débora

Débora era una profetisa casada que gobernó a Israel en una época de decadencia (Jueces 4). Israel estaba en una condición muy baja y entonces Débora fue erigida como gobernadora –⁠mientras que el valor del hombre había fracasado por completo– para romper el yugo de la opresión extranjera. La mujer se presenta, pues, en tiempos de decadencia y es bueno subrayar que aparece como señal de bajas condiciones espirituales. Sin embargo, Débora procuró guardar su lugar. Acostumbraba habitar debajo de una palmera e Israel iba a ella para buscar juicio. Envió a llamar a Barac y le dijo que saliera contra los ejércitos de Sísara, como el Señor lo había mandado. Cuando Barac no quiso salir a la guerra sin Débora, ella consintió en acompañarle. Salió con él, pero le dijo que la jornada no sería para honra de él, ya que Jehová vendería a Sísara en manos de una mujer. Sus palabras indican que, si era vergonzoso para Barac que una mujer matara a Sísara, no lo era menos que, por la torpeza de los hombres, una mujer se viera forzada a gobernar Israel. La fe y el valor de Débora inspiró y ayudó a Barac, evidentemente un hombre tímido. Así las hermanas pueden ayudar a los hermanos tímidos. Débora no guio a Barac, sino que fue con él y lo alentó.

La mujer de Sunem

Leemos en 2 Reyes 4:8-37 de esa “mujer importante” que suministró a Eliseo un cuidado y una hospitalidad especiales. Sugirió a su marido la construcción de un aposento especial para el profeta, a fin de que él se alojara allí cada vez que pasara por aquella región. Se nota en ella su fe y su confianza.

Mujeres del Nuevo Testamento

En dos grandes aspectos Dios honró de manera especial a la mujer más que al hombre en el Nuevo Testamento: 1) Cristo nació de una mujer, la virgen María. 2) El Señor, después de su resurrección, se apareció primero a una mujer, María Magdalena. Estas dos mujeres tienen un lugar admirable en conexión con el Señor. De María se dice que fue “muy favorecida” y “bendita… entre todas las mujeres”, y María Magdalena es notable por su afecto al Señor. A esta le fue dado el privilegio de llevar a los discípulos el maravilloso mensaje del Señor resucitado.

Ana, la profetisa, servía a Dios “de noche y de día con ayunos y oraciones… y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lucas 2:37-38). Tal servicio, muy necesario, está hoy al alcance de cualquier hermana.

Lucas 8:2-3 habla de ciertas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades. Estas estuvieron con los doce que siguieron al Señor y “le servían de sus bienes”. Esto, de veras, fue un servicio bendecido.

Marta recibió al Señor en su casa y le sirvió mientras María, su hermana, se sentaba a Sus pies para oír Sus palabras. En otra ocasión “le hicieron allí una cena” y María le ungió con un ungüento costoso para Su sepultura (Lucas 10:38-39; Juan 12:1-3).

En conexión con la muerte del Señor, leemos de una “gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él”. Y después siguieron y “vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo” (Lucas 23:27, 55). Entonces, el primer día de la semana, a la mañana temprano, vinieron al sepulcro con especias aromáticas y ungüentos que habían preparado para el cuerpo del Señor. Tal fue el devoto servicio que varias mujeres prestaron al Señor en su vida y después de muerto. La devoción personal y amante brilla aquí como el servicio especial de las hermanas.

En Hechos 9:36-39 leemos acerca de Dorcas, quien abundaba en buenas obras y en limosnas. Al morir ella, las viudas mostraban llorando las túnicas y los vestidos que ella les había hecho. Qué servicio tan bendito había prestado a los pobres. A través de Hechos 12:12 sabemos que María, madre de Juan Marcos, había abierto su hogar para una reunión de oración. Y en Hechos 16:13 vemos a mujeres reunidas en oración a orillas de un río. También vemos a Lidia abriendo su hogar para hospedar al apóstol Pablo y a aquellos que estaban con él (v. 15).

Entre los muchos nombres citados en Romanos 16, se encuentran los de varias mujeres. Febe fue una sierva de la iglesia de Cencrea y había ayudado a muchos. Priscila y su esposo Aquila fueron colaboradores de Pablo en Cristo Jesús y habían expuesto sus vidas por el apóstol. Su hogar en Roma fue evidentemente el lugar de reunión para la asamblea, porque Pablo dice: “Saludad también a la iglesia de su casa”. María también había trabajado mucho entre los creyentes de Roma.

Cuando Pablo escribió a los filipenses, pidió a uno de ellos que ayudara a las mujeres que habían trabajado con él en el Evangelio (Filipenses 4:3). Por lo que este escribió en otras partes del Nuevo Testamento, podemos estar seguros de que ellas no predicaron con Pablo. Ellas no hicieron tal cosa, pero estuvieron identificadas con él en las pruebas y conflictos que le habían sobrevenido por causa del Evangelio. Le ayudaron en todo cuanto fue posible, tal vez abriendo sus casas para la predicación de la Palabra de Dios, ejercitando la hospitalidad, buscando almas, orando con ellas, invitándolas a que oyesen el Evangelio, y muchas otras cosas que las mujeres pueden hacer mucho mejor que los hombres.

Pablo apreció mucho el servicio de tales mujeres y habló de ellas como de quienes habían combatido juntamente con él en el Evangelio. ¡Qué bendición! Pero lo maravilloso es que tal servicio está todavía disponible para las hermanas de hoy en día. Pueden participar con los demás cantando himnos para evangelización y ayudar así en reuniones al aire libre y dondequiera que el Evangelio vaya a ser predicado. También pueden visitar a los enfermos y repartir tratados evangélicos.

¡Qué campo tan grande está abierto a las mujeres en cuanto a servir al Señor! Los anteriores ejemplos de servicios aceptables de varias mujeres de antaño debería animar a las hermanas a trabajar diligentemente para el Señor. Esta obra es tan importante como el servicio público de los hombres. El Señor tiene muy en cuenta tales servicios y a su debido tiempo dará los premios.

Seguramente, pues, de todo cuanto hemos tenido delante de nosotros nos vemos obligados a concluir, sobre la base de las Escrituras, que: 1) el lugar de la mujer en la Iglesia es muy distinto del que le corresponde al hombre, y 2) la mujer no debe hacer lo que precisamente es obra de hombres. A veces el versículo de Gálatas 3:28 es citado para intentar probar lo contrario: “No hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Este versículo, sin embargo, no habla del comportamiento ni del orden en la Iglesia. Es una declaración que concierne a la familia de Dios, a sus redimidos. En esa familia no hay diferencia en cuanto a la salvación y la gracia, entre judío y griego, esclavo y libre, varón o mujer. En otros pasajes hemos visto que el orden de Dios en la creación todavía permanece en la Iglesia.

Adorno y vestido

Antes de terminar nuestro tema, nos sentimos movidos a agregar algunas observaciones sobre el importante asunto de su adorno y atavío, esto es, en cuanto a la manera de vestirse. En su Palabra, Dios también nos ha dado instrucciones sobre esto. Debemos llamar la atención sobre lo que dice su Palabra a causa del actual abandono de estos preceptos por parte de las mujeres, asunto este muy vergonzoso y bastante difundido hoy día. En 1 Timoteo 2:9-10 leemos:

Que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad.

Muchas mujeres, incluso algunas hermanas en el Señor, están siguiendo las modas del mundo en cuanto se refiere a vestidos y adornos. Usan faldas cortas, vestidos escotados y sin mangas, vestidos que permiten la desnudez de la espalda. Usan también pantalones, pantaloncitos cortos, tienen rostros y uñas pintados, cabello corto, prendas de vestir llamativas y trajes de baño muy atrevidos o indecorosos. Amadas hermanas, ¿estas cosas están de acuerdo con la Escritura que acabamos de citar? ¿Encajan esos vestidos con las normas del recato? El pudor y la modestia –es decir, lo que corresponde a mujeres que profesan piedad– ¿caracterizan tales cosas? Por supuesto que no. Nunca como hoy fueron las modas, en los países cristianizados, tan degradantes para las mujeres; modas impúdicas que, entre otras cosas, conducen a estimular la lascivia y los pecados más viles.

El testimonio de un joven en lo referente a la actual forma de vestir de las mujeres de hoy en día es el siguiente: «Usan ropa que ni revela ni esconde sino que hace entrar en juego la imaginación y que al mismo tiempo hace estragos en uno. ¿Por qué no llevan las jóvenes lo suficiente para cubrirse?».

El Dr. Perry M. Lichenstein, quien fue médico de la prisión Tombs, de la ciudad de Nueva York, nos da su autorizada opinión sobre las causas del crimen y expresa lo siguiente: «Los así llamados crímenes pasionales van en aumento de manera alarmante y, en mi opinión, continuarán así hasta que la causa principal sea eliminada. Esta, a mi parecer, es el actual modo de vestirse, el cual, por decir lo menos, es bastante indecoroso. La ropa provocativa tiene una relación directa con la incitación a cometer crímenes, por inocente que sea la persona que la lleva. Aunque no siempre la ropa indecorosa conduce a crímenes, es cierto que ejercen una atracción muy directa e insinuante sobre el instinto sexual. Estimula las bajas pasiones que dormitan en el pecho humano.

Con certeza podemos decir, sin temor a equivocarnos, que habría menos crímenes, menos hogares arruinados por la infidelidad, menos juicios de divorcio y, especialmente, menos violaciones, si la ropa no fuera lo que es hoy en día. Por supuesto, habría menos transgresiones contra la castidad si cada una de estas modas pudiera ser echada en lo profundo de los infiernos, lugar en donde todas ellas fueron concebidas. Recordemos que la joven que se viste de una manera provocativa no puede condenar a nadie sino a sí misma si, por causa de su vestido, se le dispensa el trato que usualmente reciben las mujeres de dudosa moralidad».

Las precedentes palabras del Dr. Lichenstein fueron escritas hace algunos años. Desde ese entonces hasta la actualidad, las condiciones morales del mundo se han degradado en gran manera. La falta de vergüenza y la falta de decoro entre las mujeres ha ido de mal en peor. Sea con el uso de la minifalda o con la popularidad de ciertas modas que acentúan las formas femeninas de manera que se han llegado a llamar “sexy”, los crímenes y ultrajes contra las mujeres se han multiplicado en gran manera.

Desde que las faldas comenzaron a acortarse en 1964, el porcentaje de violaciones sexuales ha aumentado cada año. Si en cinco años del lapso transcurrido entre 1964 y 1973 en los Estados Unidos las violaciones sexuales aumentaron en un 68 por ciento, y en Inglaterra, durante el mismo período, el aumento de violencia sexual alcanzó un 90 por ciento, ¿querría el lector comparar y actualizar las cifras de esta aterradora situación con las de su propio país?

Dios odia la exposición de las partes del cuerpo humano que están relacionadas con el sexo. Cuando el profeta Isaías advirtió a Babilonia acerca del juicio venidero, profetizó cómo Dios la despojaría y expondría su vergüenza delante de las naciones. “Descubre las piernas, pasa los ríos. Será tu vergüenza descubierta, y tu deshonra será vista; haré retribución” (Isaías 47:1-3). Así es que las mujeres modernas están descubriéndose para su propio desprecio, exponiéndose de esta manera a su vergüenza, cosa que lamentablemente está sucediendo aun en las asambleas cristianas.

A la iglesia de Laodicea se le aconsejó: Compra “vestiduras blancas para vestirte, que no se descubra la vergüenza de tu desnudez” (Apocalipsis 3:18). Esto es dicho en un sentido espiritual, pero parece que también es necesario que tales palabras sean dirigidas literalmente a muchas mujeres hoy en día. La primera cosa que Adán y Eva hicieron después de haber pecado fue hacer ropa para cubrir su desnudez. En el presente parece que la humanidad se deleita en descubrir su desnudez tanto como le sea posible. Y qué triste es ver que las mujeres parecen ser líderes en un asunto tan terrible. Cuán verdaderas son las palabras de Sofonías: “El perverso no conoce la vergüenza” (cap. 3:5).

Amadas hermanas, hagamos caso de lo que dice Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Ojalá también nos acordemos de 1 Corintios 6:19-20: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.