Uno siembra y otro siega

Quisiera dar una palabra de aliento a aquellos que han trabajado en el Evangelio durante años, quizá, sin haber visto frutos de su labor. Puede ser que hayan recordado las palabras de Isaías 49:4: “Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas”. Tal vez se encuentren oprimidos y agobiados, pero el mismo versículo sigue diciendo:

“Pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con Dios”. Él sabe cuál es su trabajo de amor y las lágrimas que ha derramado en su servicio. Pero recuerde que “los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:5-6).

Tampoco olviden, queridos compañeros de trabajo en el Evangelio, que “uno es el que siembra, y otro es el que siega”. Consideremos estas hermosas palabras del Señor de la cosecha:

El que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega
(Juan 4:36-37).

Puede ser, amados hermanos, que ustedes hagan el trabajo de un evangelista, que sean sembradores. Recuerdo a un hermano que vino una vez a una de nuestras reuniones. Hacía bastante tiempo habíamos predicado, sin resultado aparente. Esa noche, ese hermano que se hallaba de paso anunció el Evangelio, y una mujer recibió a Cristo como su Salvador. Siendo esta una conversión total, el hermano que había predicado dijo: «Uno siembra y otro siega». Él había cosechado lo que no había sembrado, pero nos regocijamos juntos, y estoy seguro de que también nos regocijaremos juntos el día de la gloria venidera.

Hace poco me llamó poderosamente la atención el capítulo 5 de la epístola de Santiago; aunque el tema tratado allí no se relacione directamente con la evangelización, creo que la “paciencia” tiene su lugar en el servicio del evangelista. Santiago dice: “Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía”, es decir, las bendiciones de arriba. Es Dios quien da el crecimiento. Santiago presenta a Job como un hombre de paciencia, a quien finalmente las bendiciones del Señor no faltaron. Sigamos difundiendo el Evangelio con paciencia.

Alguien dijo que el Señor no nos hará responsables de los resultados, pero sí de haber difundido o no el Evangelio. En el mismo capítulo 5:17 encontramos otra condición para que todo trabajo fructifique: la oración: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente”. Su oración fue respondida.

“Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (1 Corintios 3:8). Podemos estar seguros de que, si el Señor nos emplea como segadores, otro habrá sembrado antes.

No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos
(Gálatas 6:9).