Al celebrar la cena del Señor damos al menos cuatro miradas importantes:
- Hay la mirada hacia arriba.
¡Tengo un Señor! Es un acto de obediencia en el cual reconozco su señorío: Su derecho de darme órdenes que trato de obedecer con prontitud, puntualidad y con gozo. Es importante de ver que no se llama la cena de Cristo, del Cordero, del Redentor. Es la cena del Señor, la mesa del Señor. Me postro a sus pies y reconozco que en verdad es mi Señor.
- Hay una mirada hacia atrás.
¡Murió por mí! Sí, por mí “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15).
- Hay una mirada adelante.
¡Viene por mí! Esto se llama la esperanza bienaventurada. ¡Qué dicha será ver a quien sin haberle visto, le amamos, y en quien creyendo, aunque ahora no le vemos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso! (1 Pedro 1:8).
- Hay una mirada adentro.
¿Estoy listo para comparecer ante su presencia? Cuando me acerco a la mesa del Señor debo estar tan listo como si me presentara ante el tribunal donde seré juzgado por todo lo que he hecho en mi cuerpo, sea bueno o malo. ¡Cuán poco aprovechamos esta oportunidad para ponernos en regla y mantener la pureza y santidad que corresponde a los hijos de Dios! “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismo, no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:31). Solo cuando los corazones están purificados de la mala conciencia podemos acercarnos al Señor con plena certidumbre de fe, manteniendo firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza” (Hebreos 10:22-23).