Para todo aquel que vive habitualmente en la atmósfera de las Escrituras, le parecerá extraño observar la confusión de pensamientos y la diversidad de prácticas respecto a un asunto tan importante, y que es presentado de un modo tan sencillo y claro en la Palabra de Dios.
Sin duda alguna, la práctica de los apóstoles y de la Iglesia primitiva era de reunirse cada primer día de la semana par partir el pan. No hay ni sombra de apoyo en el Nuevo Testamento para limitar esa preciosísima ordenanza, verificándola una vez al mes, o cada trimestre o cada semestre. Esto solo puede ser considerado como una intrusión humana en una institución divina.
Ya sabemos que se ha pretendido sacar mucho partido de las palabras: “pues, todas las veces que comieres”, etc. Pero no vemos como puede afirmarse, ni por un momento, argumento alguno sobre este pasaje, ante el precedente apostólico expuesto en Hechos 20:7. El primer día de la semana es, sin duda, el día en que la Iglesia debe celebrar la cena del Señor. ¿No lo admite así el lector cristiano?
Y si lo admite así, ¿obra de acuerdo con ello? Es cosa seria descuidar una ordenanza de Cristo y, sobre todo, una ordenanza designada por él la misma noche en que fue traicionado, y en circunstancias tan profundamente conmovedoras. Seguramente todos cuantos aman con sinceridad al Señor Jesucristo querrán recordarle de este especial modo y de acuerdo con sus propias palabras “haced esto en memoria de mí” ¿Acaso podemos imaginar que haya quien ame en verdad a Cristo y viva en habitual descuido de tan preciosa recordación? Si un israelita en la antigüedad hubiese descuidado la Pascua, hubiera sido cortado. ¡Pero esto era la ley y nosotros estamos bajo la gracia! Verdad es; pero ¿es esto una razón para que descuidemos el mandamiento de nuestro Señor?
Quisiéramos recomendar este asunto a la cuidadosa atención del lector. Lleva envuelta en sí más de lo que nos damos cuenta. Creemos que la historia entera de la cena del Señor durante sus diecinueve siglos está repleta de instrucciones y de interés. En la manera como se ha tratado la mesa del Señor, podemos ver un sorprendente índice moral del verdadero estado de la Iglesia. A medida que la Iglesia fue separándose de Cristo y de su Palabra, fue descuidándose y pervirtiéndose la preciosa institución de la cena del Señor. Y por otra parte, a medida que el Espíritu de Dios obraba en un determinado tiempo en la Iglesia con especial potencia, la cena del Señor recobraba su verdadero valor en los corazones de su pueblo.
Quisiéramos hacer al lector esta sola pregunta: Si el apóstol Pablo llegara a nuestra ciudad el próximo domingo, ¿Dónde podría encontrar lo que encontró en Troas veinte siglos atrás, según el relato de Hechos 20:7? ¿Dónde podría encontrar una compañía de discípulos reunidos hacia el Nombre de Jesús, y partir el pan en memoria de Él, anunciando su muerte hasta que venga? Tal era el orden divino entonces y tal debe ser el orden divino ahora. No podemos creer ni por un momento que el apóstol pudiera aceptar otra cosa que no fuese esto. Buscaría esa cosa divina; quisiera eso, y de no encontrarlo, no querría nada.
Repetimos la pregunta y rogamos fervorosamente al lector a que la considere y la conteste en la divina presencia y a la luz de la Escritura. ¿Dónde podría hallar el apóstol esa mesa y esa cena el domingo próximo en nuestra cuidad o en cualquier otro sitio en la cristiandad? ¿Dónde podría ir a ocupar asiento a la mesa del Señor en medio de una compañía de discípulos reunidos sencillamente sobre la base de un solo cuerpo, de un solo centro, el nombre de Jesús, por el poder del Espíritu Santo, y bajo la autoridad de la Palabra de Dios?
¿Dónde podría hallar una esfera libre de autoridad, designación u ordenanza humanas en el cual pudiera ejercer sus dones? Formulamos estas preguntas a fin de ejercer el corazón y la conciencia del lector. Estamos plenamente convencidos que hay lugares aquí y allá en los cuales podría Pablo hallar estas cosas realizadas, aunque con debilidad y faltas; y creemos que el lector esta solemnemente obligado a descubrirlas. ¡Ay! Son pocos y muy espaciados en comparación de la masa de cristianos que se reúnen en condiciones muy distintas.