Ofendido, humillado, acosado… ¿qué hacer?

Algunos sufren mucho, otros menos; unos pueden ser acosados repetidas veces por superiores, compañeros de trabajo, profesores o estudiantes, etc. Cada cual responde de manera diferente: unos se rebelan y se enfrentan; otros, en cambio, lo soportan sin reaccionar… Como creyentes, ¿qué actitud debemos tomar cuando estamos en esta situación?

El acoso, ¿cómo funciona?

Por lo general, acosar a alguien significa fastidiarlo constantemente. En el peor de los casos se hace para que la víctima se desanime o al menos ceda el lugar que ocupa en determinado grupo social. Pero el acoso no siempre toma estas magnitudes. La burla, muy extendida hoy, también es un tipo de acoso. Suele darse en el trabajo, en la escuela, en el transporte escolar, es decir, donde se tiene trato directo y frecuente. En la era de las comunicaciones electrónicas también hay acoso en Facebook, grupos de WhatsApp, foros y chats. Es lo que se denomina «el ciberacoso».

Las víctimas de acoso suelen ser personas tímidas, sumisas, a quienes no les gusta el conflicto. El acoso puede ser motivado por debilidades físicas o mentales, apariencia, nacionalidad o religión. Al final, siempre se trata de sacar ventaja o jactarse en detrimento del otro, aunque solo sea para divertirse. Por ejemplo, se fastidia de buena gana a un alumno que se enfada rápidamente. Esto permite a otros mostrar su superioridad.

¿Por qué se acosa?

¿Cómo es posible que haya personas a quienes les guste, e incluso disfruten, molestando y ofendiendo una y otra vez a los demás? El origen está en el corazón corrupto del hombre, “porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). Y “de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos… las maldades, el engaño… la envidia, la maledicencia, la soberbia…” (Marcos 7:21-22). Los creyentes tenemos un corazón purificado, por lo que esta descripción solo nos concierne parcialmente, aunque mientras estemos en esta tierra seguimos teniendo la vieja naturaleza. A veces nos olvidamos de que “en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). Es decir, no estamos exentos de pecar, y aunque es muy triste, entre los creyentes también puede existir el acoso.

Acoso: ejemplos en la Biblia

La Biblia siempre nos servirá de ayuda en cualquier situación de nuestra vida. En su Palabra Dios nos enseña de muchas maneras cómo se han comportado y cómo se han tratado los hombres entre ellos. Varios relatos nos hablan del acoso; no solo nos muestran el mal comportamiento, sino también cómo superar el mal con el bien.

a) David

Cuando pensamos en acoso, ¿qué personaje de la Biblia nos viene a la mente? Quizá David, quien fue perseguido constantemente por Saúl, pese a no tener ningún motivo para ser acusado, sino todo lo contrario: había obtenido una gran victoria sobre Goliat y los filisteos. En los Salmos 54, 57 y 59 David describe el gran sufrimiento que esto le causó, pero al mismo tiempo vemos cómo pudo superarlo.

b) Ana

Otro ejemplo es Ana. Ella era estéril, sin embargo, su marido Elcana la amaba más que a Penina. Esto hacía que Penina la envidiase, pues consideraba que si Dios la había bendecido como madre, su marido debía amarla y venerarla más que a Ana. Entonces se convirtió en su rival, y “la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque el Señor no le había concedido tener hijos” (1 Samuel 1:6). ¡Qué comportamiento más indigno! Sabemos cuánto la hacía sufrir esto: Ana lloraba mucho y estaba triste.

c) El apóstol Pablo

Sin duda el apóstol Pablo pertenece a los personajes de la Biblia que nos podrían hablar del acoso. Podemos imaginar cuánto odio, violencia y marginación tuvo que sufrir cuando escribió: “Nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Corintios 4:12-13). Pablo no solo sufrió el odio, la violencia y el rechazo por parte del mundo, sino que falsos maestros lograron que incluso sus hermanos de Corinto lo marginaran y desprestigiaran. A pesar de haberse convertido por medio de Pablo, lo trataban como a un extraño, y le pedían que al visitarlos trajera una carta de recomendación (2 Corintios 3:1). El punto culminante de su marginación lo vivió al final de su vida, pues tuvo que clamar: “Me abandonaron todos los que están en Asia” (2 Timoteo 1:15).

Acoso por ser creyente

¿Cómo pudo Pablo superar la presión y el rechazo interno y externo? ¿Era un ser humano sin sentimientos? ¡Para nada! Pensemos tan solo en las lágrimas que derramó durante su estancia en Éfeso (Hechos 20:19, 31). Cuando el mundo lo rechazaba y lo hacía sufrir, Pablo sabía que le esperaba lo mismo que a su Señor: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros” (Juan 15:18). En este contexto el apóstol Pedro escribe: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados” (1 Pedro 4:12-14). No nos sorprendamos, pues, si somos acosados por ser creyentes. Tengamos como un privilegio sufrir a causa de la justicia, o de Jesucristo. Un día seremos recompensados por ello (compárese con Mateo 5:11-12).

Acoso sin motivo

A veces es más difícil soportar cuando somos acosados sin motivo, pero nunca nos venguemos nosotros mismos (Romanos 12:19), ni respondamos con palabras inapropiadas. El Señor nos da el mejor ejemplo: “cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). En esa época estas palabras estaban dirigidas primeramente a los criados de la casa, quienes sufrían el maltrato de amos crueles, y ni siquiera podían huir. Esto no significa que no podamos hablar de un modo franco con el o los acusadores, pues el Señor también lo hizo. Cuando lo golpearon en el rostro, preguntó: “Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? (Juan 18:23).

Acoso, ¿también entre creyentes?

En realidad, no debería haber acoso entre creyentes, pues el solo hecho de ser miembros los unos de los otros, y que juntos forman el cuerpo de Cristo (Romanos 12:5), muestra lo reprensible que es este comportamiento. Aun sabiendo que debemos amarnos unos a otros como Cristo nos ha amado (Juan 13:34), desgraciadamente vemos acoso en un lugar u otro. Esta situación se aviva al formar grupos, por eso es muy importante que tanto los jóvenes como los mayores rechacen, e incluso traten de erradicar este comportamiento que estropea la comunión.

Acoso, ¿lo interpreto correctamente?

En esta época en la que predomina el ego, puede ocurrir que confundamos la falta de reconocimiento con el acoso. Por eso es bueno ser autocríticos y orar conforme al Salmo 139:23: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos”. También es útil compartir nuestras experiencias y observaciones con alguien que tenga buen discernimiento espiritual (compárese con Hebreos 5:14), pues puede suceder que nuestra percepción y la de nuestro entorno no sea muy equilibrada. En cualquier caso, estemos dispuestos a dejarnos corregir.

Acoso, ¿cómo soportarlo?

El que sufre acoso debe encomendar su situación una y otra vez al Señor y pedirle fuerza para perseverar. También puede pedirle valor y sabiduría para hablar con la persona que lo está acosando, pero el motivo principal no debe ser la propia gloria, ni el ser reconocido y apreciado por los demás. Si el Señor nos reconforta, no olvidemos agradecerle por ello. Pero, ¿qué hacer si nada cambia? Generalmente será una situación difícil de soportar, pero recordemos lo que hicieron Ana y David para enfrentar su adversidad: encomendaron su situación a Dios por medio de la oración; después tuvieron paz sobre el asunto (1 Samuel 1:4-18; Salmo 63:7-11; 59:16-17). Pensemos en el Señor: “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”, por eso conoce nuestros sufrimientos y puede compadecerse de nuestras debilidades (Hebreos 4:15). Si reconocemos que Dios permite todo lo que ocurre en nuestra vida, que él quiere ser glorificado en todas las situaciones, que desea fortalecernos, entonces aceptaremos mejor nuestra situación y, aunque sea agobiante, estaremos más dispuestos a soportarla, sin huir rápidamente de ella. También es útil compartir nuestro problema con alguien que tenga alma pastoral, ya sean los padres, un hermano en la fe o un matrimonio, pues nos darán buenos consejos y orarán por nosotros. Compartir el sufrimiento con otra persona, sobre todo en situaciones críticas, puede fortalecernos para seguir perseverando.

De todos modos, es importante no dejarnos dominar por sentimientos y pensamientos negativos, pues ¡apiadarse de sí mismo no es una virtud cristiana! Especialmente en épocas difíciles, es necesario entregarnos más al “amor de Dios, que es en Cristo Jesús”. La bendición de ser amados por nuestro Señor hasta el fin puede poner “las aflicciones del tiempo presente” en otra perspectiva. Nada ni nadie nos separará de este amor, aunque seamos vistos “como ovejas de matadero” (Romanos 8:35-39).

H. Mohncke

Una carta de Dios

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra
(2 Timoteo 3:16-17).

Yo no pedí venir al mundo, ¡sin embargo estoy aquí! Después de todo, ¿por qué nací? ¿Quién soy y cuál es el sentido de mi vida? ¿Tengo que cumplir una misión?

Tales preguntas solo pueden surgir en seres dotados de sentido y conciencia. Son tan serias porque solo tenemos una vida para vivir y no podemos empezar de nuevo.

Toda persona anhela tener certezas y tranquilidad. Al mismo tiempo se rebela contra lo absurdo y la nada. Naturalmente, el hombre lleva en sí mismo la idea de la eternidad: quiere vivir y no morir. Presiente que debe haber una respuesta en alguna parte, una explicación al respecto, una solución convincente. Pero, ¿dónde encontrarla?

¡En la Biblia! Escrita a lo largo de 16 siglos por unos 40 autores diferentes, la Biblia forma una unidad de pensamiento única. Las distintas partes se complementan armoniosamente entre sí y nos revelan un gran plan. Es la revelación de Dios al hombre, como una carta que él nos envió, como un «manual» para nuestras vidas. Muchas personas que han aceptado el mensaje de la Biblia lamentan no haberlo conocido antes. ¡Perdieron el tiempo buscando en otra parte lo que solo se puede encontrar en ella!

Innumerables hombres y mujeres han sido guiados por la Biblia para encontrarse con su Creador. Desde entonces, sus vidas tienen su verdadero sentido.

Die Gute Saat