La adoración

Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios
(Hebreos 13:15-16).

En el texto citado encontramos un resumen de Deuteronomio 26 que refleja las enseñanzas sobre la adoración cristiana. Este capítulo 26 se divide en tres partes:

  • V. 1-11: llevar las primicias a Dios;
  • V. 12-15: ayuda a los levitas y a los necesitados;
  • V. 16-19: exhortación final a guardar los mandamientos.

1. ¿A dónde se llevan las ofrendas?

Primero Dios dice: “Cuando hayas entrado en la tierra que el Señor tu Dios te da por herencia”. Aplicando esto a nuestro tiempo significa que, como Israel, somos protegidos del juicio (la Pascua), librados del poder de Satanás y del pecado (el Mar Rojo). Israel fue introducido en la herencia después de haber pasado por el Jordán. Estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales después de haber sido vivificados y resucitados juntamente con él (Efesios 2:5-6). En otras palabras, conocemos y vivimos nuestra posición en Cristo.

Las ofrendas debían ser llevadas al lugar que Dios había escogido para que Su nombre habitara allí. Para nosotros, este «lugar de reunión» es donde el Señor Jesús ha prometido su presencia: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

2. ¿Qué se lleva?

El israelita debía poner en una canasta una parte de las primicias de todos los frutos de la tierra y llevarla al sacerdote. Tres cosas se pueden destacar:

  • Lo primero que se cosechaba era para Dios.
  • En la canasta había las primicias de todo fruto de la tierra.
  • Eran frutos de la tierra que Dios les había dado.

En la Palabra de Dios las primicias hablan de lo excelente y lo mejor (comp. con Génesis 4:4; 49:3). Esto es lo que Dios reclama para sí mismo, ¡de todos los frutos! Para nosotros no debería ser difícil dar lo mejor a Dios, siendo conscientes de que todo viene de él.

Si leo y medito la Palabra de Dios, recibiré bendición. Pero Dios quiere participar en mi deleite. ¿Cómo puede suceder esto? En primer lugar, hablando con Dios sobre las bendiciones que recibo y agradeciéndole por ellas. Luego no me ocuparé solo de la bendición, sino también del dador mismo, Dios. Entonces le alabo por lo que ha hecho y le adoro por lo que es.

3. ¿Con qué actitud se llevan las ofrendas?

El israelita iba al sacerdote siendo consciente de que había entrado en la tierra prometida. Pero esto no lo demostraba solo con palabras, sino también con hechos: llevaba una canasta con las primicias de todos los frutos.

Imaginemos a un israelita de pie ante el sacerdote, teniendo en sus manos una canasta con varias frutas, y diciéndole: “Declaro hoy al Señor tu Dios, que he entrado en la tierra que juró el Señor a nuestros padres que nos daría⁠” (Deuteronomio 26:3). ¡Qué alegría, gratitud y felicidad hay en estas palabras! ¿Nos gozamos, por ejemplo, de ser hijos de Dios (Efesios 1:5), de poseer al Espíritu Santo (cap. 1:13), de estar unidos con Cristo en el cielo? (cap. 1:22-23). Tal vez lo hicimos el día que descubrimos esto, pero ¿nos alegramos todavía?

Entonces el israelita resumía en pocas palabras de dónde venía y cómo había actuado Dios: Dios lo había oído, visto, librado, traído a este lugar y le había dado la tierra que fluye leche y miel. Pero no se detenía en el recuerdo de los hechos poderosos de Dios. Debía añadir: “He aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Señor” (Deuteronomio 26:10).

También debemos ocuparnos de las obras maravillosas de Dios, de su eterno consejo y de la Persona que lo llevó a cabo: nuestro Señor Jesucristo. ¿Hablamos de ello? ¿Damos gracias a Dios por lo que él ha hecho de nosotros? Somos hijos de Dios, coherederos con Cristo, pertenecemos a la esposa del Cordero… ¡Qué abundancia de bendiciones hemos recibido! Nosotros también podemos decir: “Declaro hoy al Señor” (v. 3) que… y luego enumerar las cosas en las que nos gozamos.

El israelita debía poner las primicias delante de Dios y adorar. Esto nos lleva al tema de la adoración.

La adoración cristiana

En Juan 4 el Señor Jesús habla de adoración:

  • La adoración dirigida al Padre: Cuando Juan bautizó a Jesús en el Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre Él, y desde el cielo se oyó la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:11). Así se manifestó la presencia de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Pero eso no es todo: el Hijo también revela al Padre, mostrando quién es el Padre. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Antes de que el Señor Jesús viniera a la tierra…, la relación entre el Padre y el Hijo aún no se conocía, como tampoco el hecho de que el hombre había sido introducido en esta relación (Juan 20:17). Entonces, hoy día los cristianos pueden adorar a Dios como Padre.

  • Los verdaderos adoradores adoran en espíritu y en verdad: No ofrecemos sacrificios materiales o ceremoniales, sino espirituales (comp. con 1 Pedro 2:5). El contenido de la adoración cristiana corresponde a lo que nos ha sido revelado por Dios, lo cual va mucho más allá de las verdades reveladas en el Antiguo Testamento. Hablamos de lo que Dios es en sí mismo, en su ser, en sus cualidades, en sus características. ¿Cómo lo conocemos? A través de la Palabra de Dios que nos muestra quién es él.
  • El Padre busca tales adoradores que le adoren: ¡Este es un llamado! El Padre busca. ¿Por qué? Porque su deseo es que sus hijos entren en la revelación de Dios por el Hijo. El Padre se goza cuando escudriñamos las Escrituras.

En las Escrituras encontramos los temas de nuestra adoración acerca del Padre y de su hijo Jesucristo.

  • Ayudar a los levitas y a los necesitados: La ayuda material viene a continuación. Dios no solo quiere una parte para sí mismo, sino también que ayudemos a los necesitados. El amor que Dios tiene para con los hombres debería caracterizarnos.

El israelita también debía confirmar ante Dios que había cumplido este punto (Deuteronomio 26:13-14). No olvidemos compartir con otros lo que nosotros mismos hemos recibido de Dios, especialmente con aquellos que –como los levitas– trabajan para el Señor. A los sacrificios de alabanza siguen el “hacer bien y la ayuda mutua” (Hebreos 13:15-16). Por eso conviene recaudar las ofrendas el domingo, después de la reunión de adoración.

Sean sacrificios espirituales u ofrendas materiales: ¡Tales sacrificios son agradables a Dios!

H. Frisch