Hoy la mayoría de la gente todavía tiene claro que el ser humano peca. Vemos tantos errores en nosotros mismos y en los demás que casi no se puede discutir el hecho de que el hombre peca. Pero el que cree en la Biblia como la Palabra de Dios sabe de dónde viene el pecado. Adán y Eva fueron los primeros en pecar, cuando comieron el fruto del árbol que Dios claramente les había prohibido (Génesis 3:1-7).
Ahora bien, a veces se oye decir: «Si es verdad que el hombre es malo de nacimiento, que nació pecador como Caín, el primer hijo de Adán y Eva, entonces uno está inevitablemente expuesto al juicio de Dios solo por ser pecador». ¿Es así?
La Palabra de Dios, no pensamientos humanos
Veamos qué dice realmente la Biblia. El apóstol Pablo escribió: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Pablo demuestra claramente que el primer ser humano, es decir, Adán, pecó. De este modo el pecado entró en el mundo, y como consecuencia la muerte, pues Dios había dicho a Adán: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).
El pecado conduce a la muerte a cada ser humano
Todo lo que Dios creó, incluido el hombre, era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31), y si Adán y Eva no hubiesen pecado, no habrían muerto. Por la desobediencia de Adán, por su pecado, esto cambió, pues trajo la muerte a todos los hombres: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Romanos 5:19). Como todos los hombres pecaron, la muerte pasó a todos los hombres (Romanos 5:12). Este es el punto clave: el hecho de que hasta ahora todo el mundo muere demuestra que cada ser humano tiene pecado1). ¿Cómo ha sucedido esto? A causa del origen, por el nacimiento. En el evangelio según Juan el apóstol demuestra que la naturaleza pecaminosa se hereda por medio del nacimiento biológico; en cambio, no se puede ser hijo de Dios por parentesco, esfuerzo o energía humana (Juan 1:13; 3:6).
Entonces, como consecuencia de esta naturaleza pecaminosa, cada ser humano pecó y peca; de este modo el pecado pasó a todos los hombres, “por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El Señor Jesús también lo confirma indirectamente al decir: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Es decir, el que no cree en el Señor Jesús todavía sigue en el ámbito de la muerte, del pecado, en el que todos nacemos.
Pecadores desde nacimiento
El pecado está en nosotros desde nuestro nacimiento: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5); como tal estamos condenados a la muerte (Efesios 2:1-2). Desde que nacemos somos pecadores, porque tenemos la naturaleza pecaminosa (compárese Gálatas 2:15; Efesios 2:3), heredada de Adán. Esto lo dice Dios, por eso lo creemos.
¿Somos responsables por tener una naturaleza pecaminosa?
Pero alguien puede decir: «No es mi culpa que desde mi nacimiento tenga una naturaleza pecaminosa». Es verdad, y por eso no se condena a nadie por el hecho de tener una naturaleza pecaminosa. “Fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20:12). El juicio de los incrédulos es sobre sus hechos, no sobre su naturaleza.
El ser humano no puede echar la culpa de sus pecados a nadie. Él es responsable de sus actos, y cuando peca, él es quien comete el pecado, no Adán, ni Eva ni sus padres. Pero Dios no castiga al hombre por tener una naturaleza pecaminosa, sino por pecar, por permitir que ella actúe en su vida, de la cual es responsable. El que peca es el hombre, no una naturaleza cualquiera.
Pero, ¡alabado sea el Señor! Él dio una salida a este estado miserable, como lo vemos en Juan 5:24. El que cree en el Señor Jesús, el que escucha Su Palabra y la acepta, es salvo y no vendrá a juicio, sino que ha pasado de muerte a vida. Jesucristo es el Salvador, ya que fue a la cruz y tomó sobre sí mismo, como sustituto mío, el castigo por mi pecado. Así, por la fe en él, tengo una vida nueva, una vida eterna de parte de Dios. Esta vida es divina y no tiene otro deseo que el de glorificar a Dios. La muerte de Cristo en la cruz soluciona los pecados y la mala naturaleza.
¡Existe el pecado original!
Para concluir, una vez más afirmamos que el «pecado original» existe. Es decir, somos pecadores por herencia paterna, en nosotros hay una naturaleza pecaminosa. No lo podemos remediar…
Pero Dios no solo nos perdona los pecados, sino que también dio una solución para la vieja naturaleza, pecadora y mala. Dios no puede perdonarla. Debe condenarla. Y esto lo hizo cuando el Señor Jesús murió en la cruz. Cuando el Dios santo condenó a Cristo, también condenó en él la vieja naturaleza de todos los que creerían en él (Romanos 8:3). Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, para Dios también murió con él nuestra mala naturaleza; por eso el apóstol Pablo pudo escribir: “Si morimos con Cristo…” (Romanos 6:8), y: “Los que hemos muerto al pecado” (Romanos 6:2). Hemos muerto con Cristo, por lo tanto hemos sido justificados del pecado (Romanos 6:7); de esta manera ya no hay más condenación para nosotros, pues por medio de Jesucristo estamos a salvo de todo juicio de Dios. Esto es para todos los que hayan aceptado a Jesucristo como su Salvador.
(Texto abreviado) M. Seibel
El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida
(Juan 5:24).