El glorioso Evangelio de Dios

Romanos 1:1

Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios
(Romanos 1:1).

El tema de la epístola a los Romanos es el Evangelio. Queremos repasar los versículos 1 a 17 del primer capítulo, los cuales forman una introducción a toda la epístola y nos muestran qué es el Evangelio.

La fuente del Evangelio

Solo en el corazón de Dios pudo ser concebido el Evangelio, y solo en su mente sabia e infinita pudo ser planeado. Este Evangelio es tan sencillo que incluso un niño puede entenderlo, creerlo y ser salvo. Es tan profundo que incluso el creyente más maduro se pierde en su maravillosa contemplación. Y esto no es sorprendente. El Evangelio es el despliegue del corazón de Dios. Saca a los hombres del abismo del pecado (Romanos capítulos 1, 2 y 3), y no solo los hace aptos para entrar en el cielo, sino que, además, trata de hacerlos conformes a la imagen del Hijo de Dios (Romanos 8:29).

¿De quién habla el Evangelio?

Quizá pensamos que habla de nosotros mismos, pero seríamos un tema lamentable. El Evangelio es para los pecadores, pero no trata de los pecadores. Es “acerca de su Hijo”, el Hijo de Dios, presentado como “nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 1:3). Habiendo efectuado la redención, Jesús resucitó de los muertos, y “Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). “Era del linaje de David según la carne”. En Jesús resucitado se establecen todas las promesas de Dios. “Fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4). Lo demostró cuando levantó a Lázaro de la tumba. Y quedó comprobado, sin lugar a dudas, por su propia y gloriosa resurrección. Así como la fuente del Evangelio es divina, su maravilloso tema también es una Persona divina.

El servicio del Evangelio

“Testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo” (Romanos 1:9). El principio y el fin de la vida cristiana de Pablo fue el Evangelio. Su única preocupación era anunciar el Evangelio, con su vida o con sus labios. Servir al Evangelio es responsabilidad de todo verdadero creyente, desde el más joven hasta el más viejo, y si alguno no se compromete con este servicio, está fallando en la única razón por la cual Dios lo ha dejado en este mundo. Quizá no ejerza un servicio público, o no trabaje en un campo misionero. Pero puede cumplirlo en su entorno, en algún caserío aislado, en la cocina, en la comodidad de la sala de estar, en la ronda diaria del repartidor, en el trabajo profesional, etc. Puede ser una palabra dicha en el momento oportuno, con gran temor y temblor; pero, sobre todo, debemos mostrar la vida que se deletrea en seis letras: CRISTO. Recordemos esto: no debemos ni podemos tratar de escapar al servicio del Evangelio.

El alcance del Evangelio

“A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma” (Romanos 1:14-15). El Evangelio tenía y tiene un alcance ilimitado. Todo el mundo debe escucharlo. Quizá no podamos ir a tierras lejanas, o tal vez ni siquiera salgamos de nuestra ciudad o pueblo, pero podemos anunciarlo a nuestros vecinos, y vivirlo en medio de ellos. También podemos orar ferviente y constantemente por aquellos que tienen el privilegio y el honor de anunciarlo a multitudes más grandes. Recordemos que “de tal manera amó Dios al mundo”; el alcance del Evangelio es mundial.

La supremacía del Evangelio

No debe sorprendernos que, mientras la magnificencia del Evangelio llenaba y apasionaba el alma del inspirado apóstol, este escribiera: “No me avergüenzo del evangelio” (Romanos 1:16). Deberíamos examinar nuestros corazones para ver si no nos avergonzamos de él. ¿No nos sonrojamos a veces? ¿No nos tiembla la voz o utilizamos un tono de disculpa cuando hablamos de Jesús? ¿No perdemos a veces las oportunidades que el Señor nos presenta? Pidamos a Dios que nos ayude a tener valor para hablar de él. Si estamos cautivados por el Evangelio, por su procedencia, por el mensaje que trae y el efecto que produce, estaremos positivamente orgullosos del Evangelio.

El éxito del Evangelio

“Es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). El poder del Evangelio es proporcional a “la supereminente grandeza de su poder… la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1:19-20). No hay nada que el poder de Dios no pueda hacer, por lo tanto, no hay nada que el Evangelio de Dios no pueda lograr. Por lo tanto, si aún permanecemos aquí durante este año de gracia (2022), anunciemos el Evangelio, estando seguros de su infinito poder.

El secreto del Evangelio

“En el evangelio la justicia de Dios se revela” (Romanos 1:17). Alguno de los lectores dirá: «No me gusta la palabra “justicia”; preferiría que el texto hablara del amor de Dios». Querido amigo, lea Romanos capítulos 1 a 8, léalos varias veces, y cuando haya terminado, seguramente dirá: «Ahora entiendo por qué el secreto del Evangelio es la justicia de Dios. Con un mayor temor a su justicia, tengo una mejor apreciación de su amor».

Conclusión

Para examinar este gran secreto, les exhorto, encarecidamente, a tomar ahora su Biblia y a leer de una vez Romanos capítulos 1 a 8. ¡Que Dios bendiga dicha lectura!

según W. B. Dick (Persévère)