Dios hace brotar la semilla

Hace tres años conocimos a una pareja mayor en nuestro pueblo en Alemania. Con gusto les dimos el calendario La Buena Semilla (en alemán). Manfred era un jardinero aficionado, por lo que el título del calendario encajaba muy bien para él.

Cada vez que visitábamos a la pareja, el calendario estaba al día; a su lado, Manfred tenía la Biblia y una hoja de notas. Con frecuencia platicábamos agradablemente sobre la fe cristiana, aunque por breves momentos, y así podíamos testificar de Cristo.

Hace dos semanas Manfred murió repentinamente de una hemorragia cerebral. Estábamos consternados; no sabíamos si Manfred había aceptado personalmente la oferta del amor de Dios. Aunque habíamos notado buenos cambios en él y en su entorno, no estábamos seguros si había tomado una decisión por Cristo, y eso nos entristecía. ¿Le habríamos explicado el Evangelio con suficiente claridad, le habríamos dado un buen ejemplo?

Sin embargo, de alguna manera teníamos la esperanza de que Manfred hubiera guardado en su Biblia una hoja del calendario que le hubiese llamado la atención. En efecto: Manfred había puesto una hoja del calendario en su Biblia –solo una. Normalmente, cada mañana desprendía la hoja del día, la leía y luego la ponía en la mesa para que su esposa la leyera a la hora del desayuno.

La hoja hallada en su Biblia tenía fecha del 19 de octubre del 2019. El texto de ese día era el siguiente:

***

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo… Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira
(Romanos 5:1, 9).

Un misionero preguntó a una mujer moribunda si no tenía miedo de presentarse ante Dios, y ella respondió:

–No, porque estoy justificada.
–¿Qué quiere decir con eso?

Sorprendida, respondió: –Usted lo sabe muy bien. Cuando me presente ante Dios, Jesucristo estará allí. Estaré detrás de él, y Dios verá solo a Cristo y no a mí. Y si Dios me pregunta algo, guardaré silencio, porque Cristo responderá por mí.

¡Qué clara es esta idea! Con su sangre, Jesucristo expió los pecados de los creyentes, y Dios ya no ve nuestros pecados. A todos los que han aceptado a Cristo como su Salvador, Él los ve en su Hijo. Por lo tanto, nadie que haya encontrado la paz por la fe en Cristo debe temer por su salvación eterna.

Cristo y su muerte expiatoria es la respuesta a todos los interrogantes.

Un poeta del siglo 19 dice acertadamente:

Justicia eterna, Jesús mi Salvador,
Ante mi Dios eres mi vestido de honor.
Solo en tu sangre estoy limpio de pecado,
Santo, completo, justo,
Y esto para la eternidad.

***

Mientras leía esta hoja del calendario, lágrimas de alegría llenaron mis ojos. Manfred había expresado la incertidumbre y el miedo asociados a la muerte. Él no dudaba de la existencia de Dios, y siempre se preguntaba cómo sería su encuentro con Dios.

La hoja era clara y precisa, y la fecha era exactamente el último cumpleaños de Manfred. La semana pasada me permitieron leer la hoja en el servicio fúnebre. Y añadí: –Quien acepte a Cristo como su Salvador, puede vivir gozoso, lleno de esperanza, y morir en paz.

Quería compartir este mensaje de ánimo con ustedes.

J. Karb

Una fe verdadera

Tal vez el lector diga: «¿Cómo puedo estar seguro de que tengo la verdadera fe?».

A esta pregunta solo cabe responder de la siguiente manera: ¿Confía usted en el verdadero Salvador, es decir, en el bendito Hijo de Dios?

No se trata de saber si su fe es grande o pequeña, fuerte o débil, sino de saber si la Persona en quien ha confiado es digna de confianza. Hay quien se aferra a Cristo con la fuerza del que se está ahogando; otro apenas toca el borde de su túnica; con todo, ambos son igualmente salvos. Los dos han comprendido que en ellos mismos no hay nada digno de confianza, pero que pueden confiar plenamente en Cristo, contar con Su Palabra y descansar en la obra perfecta y de eficacia eterna que él hizo en la cruz. Esto es lo que significa creer en él.

Hay cosas que no salvan

Para la salvación de su alma, cuídese bien de confiar en sus propósitos de enmienda, en sus buenas obras, en sus prácticas o sentimientos religiosos, o en su educación moral recibida desde su infancia. Puede confiar firmemente en estas cosas y, sin embargo, perderse eternamente.

La fe en Jesucristo lo salva por toda la eternidad, mientras que la fe más firme en cualquier otra cosa que no sea Jesús mismo, no es más que el fruto de un corazón engañado y engañador; es el ramaje con el que el enemigo cubre la trampa de la eterna perdición.

En su Palabra, Dios sencillamente le presenta al Señor Jesucristo y le dice: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Le dice que usted puede confiar en el Señor Jesús con toda seguridad, pero confiar en usted mismo es un peligro mortal.

¡Bendito, eternamente bendito seas tú, Señor Jesús! ¿Quién no confiará en ti y ensalzará tu nombre?

Extracto de «Seguridad, certeza y gozo de la salvación»

G. Cutting