Cuando hablamos de un antes y un después, por lo general queremos mostrar que algo ha cambiado mucho. El cristiano también tiene un antes y un después, es decir, una existencia anterior y una vida nueva. Cuando nos convertimos a Dios, muchas cosas cambian en nuestra vida. Y probablemente solo nos daremos cuenta de esto en el curso de nuestra futura vida de fe.
Antes: Muertos en cuanto a Dios
Antes de nuestra conversión estábamos “muertos en las transgresiones y los pecados” (Efesios 2:1, V. M.). Esto significa que estábamos como muertos espiritualmente para Dios, aunque estuviéramos «vivos y coleando». ¡Pero esta no era la verdadera vida! Más bien, vivíamos como esclavos del pecado (Romanos 6:17), esclavos de Satanás, el príncipe de este mundo. Ante los ojos de Dios, un pecador está moralmente muerto, por lo tanto está separado de Dios y de su Hijo Jesucristo, quien es la vida eterna (1 Juan 5:20).
El hombre natural, que es un pecador, no suele reconocer que en realidad está muerto espiritualmente. De hecho, esto no le importa. Solo cuando el Padre lo atrae a su Hijo (Juan 6:44) y llega a la fe salvadora en el Señor Jesús, reconoce cuán “muerto” estaba antes.
El “antes” era un estado terrible. En él todos éramos completamente incapaces de llegar a Dios, y mucho menos de cambiar algo en este estado de muerte. Para darnos la vida, Dios tuvo que actuar en su amor. Envió “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
De la muerte a la vida
El que cree en Jesucristo, es decir, en su persona y en su obra de redención en la cruz del Gólgota, tiene vida eterna. “Ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24) y ha recibido “vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:5). Este es el comienzo de la verdadera vida, una vida que vale la pena vivir.
La vida eterna no es solo una vida interminable. Es una vida de una calidad completamente nueva, de verdadera alegría, con sentido y propósito. Sentido, porque ahora la comunión con Dios como Padre marca nuestra vida, lo que nos da un gozo completo (1 Juan 1:4). Y propósito, porque nuestra vida está enfocada en Cristo y esperamos estar con Él en la gloria.
Hay dos posibilidades: uno tiene vida, o no tiene vida. El apóstol Juan escribió: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12). Al mismo tiempo, el Señor Jesús ofrece esta vida en abundancia: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
La vida que recibimos depende enteramente de Cristo, porque está en el Señor Jesús, el Hijo de Dios (1 Juan 5:11). Él mismo es la vida eterna: “Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20). ¡Es grandioso tener este don, la vida eterna!
¿Valoramos la vida eterna que Dios nos ha dado por gracia? ¿Le agradecemos cada día por habernos llevado de la muerte a la vida? ¡Es un milagro de la gracia de Dios!
Consecuencias prácticas de la nueva vida
La vida en lugar de la muerte: este es un cambio completo de condición que no podría ser mayor. Pero también tiene grandes implicaciones para nuestra vida práctica. La nueva vida eterna nos permite comunicarnos con Dios, adorarlo, tener pensamientos comunes con Él, es decir, tener comunión con Él.
La vida nueva y eterna se hace visible; y para demostrarlo, Dios nos lo dice de una manera absoluta y fundamental: el que nace de Dios “no practica el pecado” y “no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9). Nos dice, por así decirlo: «¿Quieres saber qué caracteriza a una persona nacida de nuevo, o nacida de Dios? ¡No puede pecar!». “El que es engendrado de Dios se guarda” (1 Juan 5:18, V. M.).
¡Qué maravilloso que Dios hable así!, aunque nuestra experiencia nos muestre lo contrario, porque desafortunadamente pecamos muy a menudo, incluso a diario. Pero, aun así, Dios lo dice para mostrarnos lo anormal que es pecar para un nacido de nuevo. La nueva vida eterna no encaja con el pecado, porque es completamente contraria a ello. Así, estas declaraciones fundamentales son una enseñanza para nuestra vida práctica.
Y usted, ¿tiene la vida de Dios, ha pasado de la muerte a la vida? Si es así, eso debe hacerse visible en su vida práctica, no haciendo lo que pertenece al área de la muerte, que es la separación de Dios, no obrando conforme a lo que usted era, pero que ahora ya no es. En la carta a los Efesios vemos que es necesario vigilar. Dios nos amonesta: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14). Esto demuestra que, entre los incrédulos (los muertos), el creyente no se destacará en absoluto como una persona viva, si se comporta como ellos.
Dios nos ha dado la vida eterna. Antes estábamos muertos, ahora estamos vivos en Cristo Jesús (Efesios 2:5). Es verdaderamente una riqueza extraordinaria de su gracia, la cual ha mostrado en bondad hacia nosotros (Efesios 2:7).
H. Brockhaus