Regocijarse en las reuniones cristianas

¿Ha pensado alguna vez en el hecho de que el Señor desea que los creyentes estén gozosos cuando se reúnen? El día de su resurrección, cuando los discípulos estaban reunidos, el Señor se presentó en medio de ellos. Claramente dice que “los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:20). El Señor se alegra cuando nos reunimos, y nosotros también podemos estar felices.

En el Antiguo Testamento encontramos muchos pasajes en los que Dios habla del lugar que escogería para poner allí su nombre. Esto se encuentra especialmente en el libro de Deuteronomio. En ese tiempo, para Israel, era una ubicación geográfica (Jerusalén). Para nosotros es un lugar espiritual: el lugar donde nos reunimos en el nombre del Señor Jesús (Mateo 18:20). ¿Cuál era el pensamiento de David cuando buscaba este lugar? Él dijo: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa del Señor iremos” (Salmo 122:1). Nosotros también podemos experimentar este gozo cada vez que nos reunimos en la presencia del Señor.

Veamos siete pasajes de Deuteronomio donde el lugar de reunión está relacionado con el gozo o la alegría, y cómo aplicarlos en nuestras reuniones cristianas. Le aconsejamos leer primero en su Biblia los versículos indicados.

1. Gozarse en el lugar que el Señor Jesús ha elegido
(Deuteronomio 12:5-7)

El Señor quiere vernos en el lugar al que él nos invita. A nosotros no nos corresponde elegir la congregación que nos gusta; es Dios quien decide dónde y cómo debemos reunirnos. Podemos gozarnos cuando encontramos este lugar. Esto requiere un ejercicio espiritual, pero cuando hallamos dicho lugar, ¡nos alegramos! El servicio más importante que hacemos allí es llevar nuestros holocaustos y sacrificios, ¡espiritualmente, por supuesto! Para los israelitas eran sacrificios materiales. En el Nuevo Testamento, en cambio, son sacrificios de alabanza, fruto de labios que confiesan el nombre de Jesús. Pero también hay sacrificios materiales: hacer el bien y compartir nuestros bienes (Hebreos 13:15-16).

2. Alegrarse con toda la casa de la fe
(Deut. 12:11-13)

Los israelitas se alegraban yendo a la casa del Señor con sus hermanos. Para nosotros también es un gran gozo reunirnos con otros creyentes. Qué hermoso es reunirnos como una familia de Dios: hermanas, hermanos, jóvenes y ancianos, adultos y niños. Así es como el Señor quiere que nos gocemos.

3. Alegrarse en la comunión con nuestro Señor
(Deut. 12:17-18)

Casi todos los siete pasajes nos hablan de la comunión con el Señor, pero ella se destaca especialmente en estos versículos. En la Biblia, a menudo, comer juntos es una expresión de comunión. Podemos gozarnos individualmente de la comunión con el Señor, pero también es preciso disfrutarla en las reuniones con otros creyentes. Esta comunión no se limita a un tipo de reunión. Nos regocijamos en la comunión con el Señor, y entre nosotros, adorando, escuchando la Palabra de Dios u orando juntos.

4. Dar con alegría
(Deut. 14:22-26)

En el Antiguo Testamento Dios ordenó a su pueblo terrenal dar el diezmo (10% de los ingresos). En el Nuevo Testamento no encontramos un mandamiento similar. Sin embargo, no debemos olvidar hacer el bien a los demás, ni la ayuda mutua (Hebreos 13:16). En este contexto el autor de la epístola también habla de un “sacrificio”. Hay sacrificios de alabanza, pero también sacrificios materiales (dinero, por ejemplo). Como cristianos, somos libres de dar lo que el Señor ha puesto en nuestros corazones. La Biblia vincula estos dos tipos de sacrificio: por un lado, hacer el bien y compartir, por otro lado, alabar y dar gracias. Deberíamos ofrecer estos dos sacrificios a nuestro Señor con alegría.

5. Alegrarse de formar parte de la Iglesia
(Deut. 16:9-12)

La fiesta de las semanas, el Pentecostés, formaba parte del calendario anual de las fiestas del pueblo de Israel (véase Levítico 23). A la luz del Nuevo Testamento, nos habla del Espíritu Santo que descendió a la tierra. El Espíritu Santo no solo ha tomado posesión de cada creyente, sino que su venida marca el comienzo de la Iglesia. En la fiesta de las semanas se ofrecían dos panes como ofrenda mecida (Levítico 23:17). La Iglesia está formada por judíos y gentiles (gente de las naciones). Antes, estos dos grupos estaban separados, pero ahora están unidos en uno solo: la Iglesia. Cuando nos reunimos con otros creyentes, siempre deberíamos recordar este hecho extraordinario. Los planes de Dios para con Cristo y su Iglesia deberían llenarnos de gozo continuamente.

6. La alegría en la gloria futura
(Deut. 16:13-15)

La fiesta de los tabernáculos también se celebraba cada año. Ningún otro pasaje destaca la alegría como este: “Estarás verdaderamente alegre”. Proféticamente, esta fiesta evoca el milenio – el reinado terrenal de Cristo, el Mesías, que durará 1000 años (Apocalipsis 20:4), y durante el cual la alegría desbordará en Israel.

Aunque este reinado no es la verdadera esperanza del cristiano, nos muestra que lo mejor está por venir. Tendremos alegría en la casa del Padre para siempre. Estaremos rebosantes de gozo. Todo duelo, pena y dolor desaparecerán para siempre. ¡Aún no vivimos ese momento! Sin embargo, en las reuniones podemos anticipar, hasta cierto punto, lo que haremos eternamente. Solo cuando estamos reunidos en el nombre del Señor podemos respirar esta «atmósfera celestial». Si no lo hacemos, ¡es por causa nuestra, no del Señor!

7. Gozarse mutuamente en las bendiciones de Dios
(Deut. 26:1-11)

Dios bendijo ricamente a Israel, su pueblo terrenal. Pero a nosotros los creyentes de este tiempo nos ha bendecido aún más abundantemente. Nuestras bendiciones son superiores a las de Israel. Para convencernos de ello basta leer la epístola a los Efesios. Allí vemos que nuestras bendiciones no son terrenales, sino celestiales; no son materiales, sino espirituales. Además, son completas, ilimitadas, pues hemos sido bendecidos “con toda bendición espiritual” (cap. 1:3). Y, ante todo, nuestras bendiciones están en Cristo. Sin él no podemos disfrutar de ninguna bendición. Lo experimentamos en nuestras reuniones. Allí podemos alegrarnos juntos, disfrutar las riquezas que Dios nos ha dado en Cristo. No deberíamos olvidar de dónde fuimos sacados, ni quiénes éramos. No obstante, podemos contemplar gozosos cuánto nos ha enriquecido Dios en el Señor Jesús. ¿Y a qué nos lleva este conocimiento? Con gratitud nos inclinamos ante él y le adoramos. Su gracia no solo nos ha salvado, sino que, además, nos ha bendecido ricamente.

Entonces, a menos que haya circunstancias adversas, no nos perdamos una sola reunión a la que el Señor nos llame y nos reúna.    

E.-A. Bremicker