El rostro del Señor

En la Biblia el término rostro se refiere, por un lado, a la cara o la faz de una persona, y por otro, a la persona misma (ejemplo: Salmo 34:16, V. M.; 2 Corintios 2:10; 3:7, 13). Así, pues, la apreciación de una persona a menudo está asociada con el rostro de la misma.

Los evangelios no mencionan nada acerca del rostro del Señor Jesús durante su ministerio aquí en la tierra. Sin embargo, él era “el más hermoso de los hijos de los hombres” en cuanto a su rostro, y más aún, respeto a su dignidad (Salmo 45:2), a pesar de que su pueblo había esperado una apariencia diferente de su Mesías (Isaías 53:2). Así, cuando estaba en el monte con tres de sus discípulos y fue transfigurado delante de ellos, su rostro resplandeció como el sol (Mateo 17:2). Toda su gloria como Hijo del Hombre, quien un día reinará, se manifestó allí. Era como un anticipo del futuro, pero antes de eso Jesús tenía que sufrir mucho, lo que también afectó su rostro.

Cristo sabía que después de su muerte y su resurrección sería recibido nuevamente en el cielo. Pero este camino a Jerusalén, al Gólgota, requería una resolución de su parte; por eso “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51-53). Nada ni nadie pudo apartarlo de este camino, ni el diablo, ni los discípulos, ni el hecho de conocer los inminentes sufrimientos que le sobrevendrían.

Esta firme resolución, alimentada por el amor a Dios y a nosotros, le hizo poner su rostro2) “como un pedernal”. Él sabía que no sería avergonzado y que Dios le ayudaría (Isaías 50:7). No se trataba de «cerrar los ojos y seguir ciegamente hacia adelante», ni de una obstinación humana, sino de un acto voluntario caracterizado por la dependencia de Dios y una profunda sumisión a su voluntad. ¡Cuán maravilloso es el Señor!

El hombre Cristo Jesús luchó en oración en Getsemaní y se postró sobre su rostro (Mateo 26:39), como expresión de la angustia más profunda y de la súplica más intensa.

Terminada esta inmensa agonía, esa misma noche Jesús fue arrestado e interrogado por el consejo judío. Después de condenarlo injustamente, el concilio y sus siervos empezaron a abofetearle y a escupirle en la cara. Además, hicieron un juego de adivinanzas indigno con Jesús, cubriéndole el rostro y dándole puñetazos (Mateo 26:67; Marcos 14:65). En la cultura judía, y también en la nuestra, escupir a una persona es una expresión de profundo desprecio (comp. con Números 12:14 y Deuteronomio 25:9). Hoy en día una bofetada sigue siendo una terrible reacción de odio. ¡Pero el Señor no escondió su rostro de injurias (bofetadas) ni de esputos (saliva)! (Isaías 50:6).

Cuando Pilato entregó a Jesús a los soldados romanos, ellos también lo golpearon en la cara (Mateo 27:29; Juan 19:3). Jesús podría haber destruido a todos sus enemigos en un segundo, pero guardó silencio, mostrando su completa sumisión y, por lo tanto, ¡su perfección como Cordero de Dios!

Puñetazos, bofetadas, una corona de espinas, golpes con una caña en la cabeza, crueles azotes, clavado en la cruz, ¿quién se sorprende de que muchos se asombraron por la apariencia tan desfigurada de Cristo? (Isaías 52:14). El hombre ha mostrado su verdadero rostro, su «desvergüenza», maldad sobre maldad, y ha desfigurado totalmente a su Creador. Las Escrituras no nos dan detalles, más bien nos muestran muchos de los sufrimientos íntimos del Señor (especialmente en los Salmos). Estos sufrimientos también afectaron profundamente a Cristo. La confusión cubría su rostro (Salmo 69:7); todo su cuerpo maltratado era una expresión de la perversidad de los hombres y de la humillación de nuestro Señor.

Cambio de escena: Cristo resucitó y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Ya no se habla de un rostro deformado, sino de un costado abierto (Juan 19:34), de la señal de los clavos en sus manos y en sus pies (Juan 20:20, 25, 27; Lucas 24:39).

Cristo en el cielo: aunque no podemos verlo físicamente, vemos la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6). El Redentor glorificado en el cielo nos muestra todo los lados de la naturaleza de Dios: amor, luz, gracia, santidad. ¡Él es tan grandioso!

Otro cambio de escena: Juan vio a su amado Señor de manera muy diferente, como un juez cuyo rostro brillaba como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:16; ver cap. 10:1). En este pasaje, el Hijo del Hombre humillado se ha convertido en el Hijo del Hombre exaltado, que tiene autoridad sobre todo el universo. Nada puede ocultarse del calor de este “sol” (Salmo 19:6).

Jesús es el Salvador, y pronto será el juez. Ante su rostro, el cielo y la tierra huirán, pero nadie escapará a su juicio. ¿Conoce usted a Jesús como su Salvador? Si es así, ya no debe temerle como juez, sino que puede esperar un futuro radiante.

Como personas con capacidades limitadas, reconocemos el esplendor y la belleza del Redentor solo parcialmente, y quizá nunca en todos los detalles. Pero pronto, en el cielo, veremos a nuestro Señor “cara a cara” (1 Corintios 13:12). Ver directamente la cara del Salvador, “ver Su rostro”, y finalmente verlo tal como es, ¡qué gran perspectiva! (Apocalipsis 22:4; 1 Juan 3:2). ¡Digno es el Cordero de recibir todo honor y gloria, también de mi parte, hoy y hasta su regreso!

M. Schäfer