Cuando hablamos de un antes y un después, en general queremos mostrar que algo ha cambiado mucho. Por ejemplo, un fabricante de detergentes exhibe una prenda de vestir antes y después del lavado, para mostrar la calidad de su producto.
Para el creyente también existe un antes y un después: la vida antigua y la nueva, pues cuando nos convertimos a Dios cambiaron muchas cosas. Vemos cómo nuestra vida se va transformando a medida que avanzamos en el camino de la fe. En este artículo queremos considerar lo que Dios, por pura gracia, hizo en nosotros y por nosotros, los que creemos.
El después está en total contraste con el antes. Además, como veremos, el antes siempre está en relación con Satanás; el después se relaciona con Dios y con la obra redentora cumplida por el Señor Jesús en la cruz del Gólgota.
Las tinieblas se convirtieron en luz
Antes de nuestra conversión éramos tinieblas (Efesios 5:8). Esto no solo significa que las tinieblas caracterizaban nuestra vida, nuestros pensamientos y nuestros caminos, sino que para Dios una persona no convertida (un pecador) es semejante a las tinieblas.
¿A qué se refiere la Biblia cuando habla de “tinieblas”? Las tinieblas siempre están donde Dios, quien es luz, no está.
En Génesis 1:2, cuando la tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. En aquel entonces Dios dejó la tierra en su estado tenebroso, el cual probablemente se debió a la caída de Satanás. Pero luego Dios apareció e hizo brillar su luz (Génesis 1:3).
Dios es luz
Dios es luz (1 Juan 1:5), esa es su esencia. El Hijo de Dios, el Señor Jesús, es llamado luz porque revela la verdadera esencia de todas las cosas. Juan escribe acerca de él: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:9). Pero la mayoría de la gente de su tiempo no quiso la luz y la rechazó. Jesús mismo llama “potestad de las tinieblas” a esta actividad tenebrosa de los hombres que querían matarlo. Detrás de toda esa maldad estaba Satanás.
Aptos para la luz
Los que pasaron de las tinieblas a la luz experimentaron un cambio extraordinario: pasaron del poder de Satanás al de Dios. Para nosotros hubiera sido imposible acercarnos a Dios antes de nuestra conversión, porque ningún incrédulo puede soportar la luz de Dios ni es apto para ella. Sin embargo, el creyente sí está preparado para recibir la luz de Dios y se siente cómodo en ella. ¿Por qué? Porque Dios le dio la vida eterna, su propia vida, y esto lo capacita para entrar en la presencia de Dios y tener comunión con él: “Nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6), en su Hijo Jesucristo. Dios siempre nos ve a través de su Hijo y de su obra en la cruz del Gólgota, por lo cual podemos entrar libremente a su luz y a su santa presencia. Por eso somos aptos para la luz de Dios, donde también nos sentimos cómodos. Por medio de él estamos limpios y somos agradables a Dios, quien es santo.
¡Qué felicidad saber que por medio de nuestra conversión hemos llegado a ser “hijos de luz”! (Efesios 5:8). Tener luz en vez de tinieblas significa que tenemos una vida feliz en la luz de Dios, en lugar de una existencia infeliz en la oscuridad, donde reina Satanás.
Consecuencias para la vida práctica
Tengamos en cuenta que no solo tenemos una nueva posición ante Dios, sino que debemos andar “como hijos de luz” (Efesios 5:8). Como estamos en la luz de Dios, tenemos la responsabilidad de andar conforme a ella. Si pecamos nuevamente, no volvemos al estado inicial de donde Dios nos rescató; no volvemos a ser tinieblas ni estamos en ellas, sino que seguimos estando en la luz (nuestra posición de creyentes). Entonces, ¡pecamos en medio de la luz! En esta triste circunstancia nos ocupamos de las obras de las tinieblas, que no son para nada compatibles con la luz, sino que pertenecen a nuestro estado anterior, del que Dios nos sacó.
Dios quiere que nuestra vida en la luz esté caracterizada por el crecimiento espiritual, para ello nos ha liberado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo (Colosenses 1:13). Él tenía un objetivo cuando hizo brillar su luz en nuestros corazones y nos colocó en la luz: desea que su luz también resplandezca en nuestra vida, que brille, “para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6).
Esto significa que, iluminados por la luz de Dios, lo conocemos y podemos darlo a conocer mejor en su esencia y su gloria. Esto ocurre cuando contemplamos al Señor Jesús, quien es la imagen de Dios (Colosenses 1:15). El que ha visto a Jesús, ha visto al Padre (Juan 14:9). Si fijamos nuestra mirada en Jesús, no habrá ninguna oscuridad en nuestra vida diaria. ¡Será una vida feliz!
H. Brockhaus
Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios
(Juan 3:20-21).