Escoja la vida

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí
(Juan 14:6).

Cuando usted era un niño, a la hora de elegir su comida, su vestido y sus ocupaciones, sus padres tomaban la decisión en su lugar. Seguramente algunas veces no comprendió su manera de actuar, y hubiera querido que hicieran las cosas de otra forma, pero ellos sabían lo que era bueno para usted; y como lo amaban, muy a menudo tuvieron que imponerle su punto de vista en lugar de dejar que usted hiciera su propia voluntad.

Pero ahora ya es mayor y ha llegado el momento de hacer una elección por sí mismo, elección de la que usted mismo es responsable y de la cual depende todo su porvenir. ¿Qué elegir?

Lea lo que dice Moisés a los israelitas (Deuteronomio 30:15-19): “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal… Escoge, pues, la vida…”. Estas palabras también van dirigidas a usted en el día de hoy. Tal vez diga: «La elección está hecha, he establecido el plan de mi carrera, quiero vivir mi vida». Amigo mío, lo que usted llama su vida, ¿es verdaderamente la vida? Esa vida de la cual el apóstol Pablo habla en una carta dirigida a un joven, diciendo: “Echa mano de la vida eterna…” (1 Timoteo 6:12-19), es decir, de la vida que lo es en verdad. Un día su existencia en la tierra se terminará. Créame, los años pasan rápido, pero la vida de la cual nos hablan los textos que acabamos de citar es eterna. Esta es, pues, la única vida que vale la pena ser vivida. Usted ha elegido su vida. ¿Está seguro de no haber elegido la muerte? “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Las palabras de Moisés eran las de Dios. Ese siervo podía dirigirse a los israelitas de una manera tan solemne porque él también, un día, había tenido que hacer una elección de la cual dependía todo su porvenir: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Hebreos 11:24-26). Él también entreveía el transcurso de su carrera: había hecho estudios que le permitían aspirar a las más altas funciones en Egipto, donde poseía riquezas, honores, y era considerado por todos como hijo del rey. Pocos hombres, salidos de tan abajo, tuvieron semejantes perspectivas, estimadas magníficas por el mundo. No obstante, este hombre rehusó todo lo que le era ofrecido y eligió la pobreza, el desprecio, sin tener siquiera el consuelo de ser comprendido por aquellos por quienes sacrificaba tan brillante carrera. Vergonzosamente expulsado, pese a todo su saber, debió cuidar un rebaño de ovejas durante cuarenta años. A esta elección él la llamó “vida” y “el bien”, porque encontró, obrando de esta manera, “mayores riquezas… que los tesoros de los egipcios”.

Amigo mío, escoja la vida, pues esta tiene un precio mayor que una inmensa fortuna y grandes honores. Su vida, tal como el mundo la concibe, tal vez se los pueda ofrecer. Pero escoja la verdadera vida, aunque le sea necesario renunciar a una cantidad de privilegios y placeres de la vida, de los que hubiera gozado cumpliendo el plan de su vida. Tal vez usted diga: «Tengo que sacrificar muchas cosas, y ¿qué compensación tendré?». Amigo mío, tendrá un tesoro mucho más grande que todas las riquezas del mundo, un tesoro que, cuando lo conozca, llenará su corazón y su vida de una paz y un gozo que ni aun la muerte le quitarán. Un tesoro que le hará feliz, como lo hizo con tantos cristianos que aceptaron “el vituperio de Cristo” para adquirirlo. Dios le ofrece el tesoro que hace Sus propias delicias. Y ese tesoro es Cristo, Aquel que dijo: “Yo soy… la vida”. Pablo, uno de sus siervos, quien también escogió el desprecio, el oprobio y la pobreza en lugar de los honores y las riquezas, pudo decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Lea también 1 Timoteo 4:10; 6:6-9; 1 Corintios 4:10; Filipenses 3:8; 4:12).

¡Escoja a Cristo! Esta elección tal vez esté acompañada de lo que el apóstol llama una “leve tribulación momentánea”, dificultades que enumera en 2 Corintios 11:23-28, pero que no estima dignas de comparar con “la gloria venidera”.

¡Escoja a Cristo! Él también tuvo que hacer una elección. Hubiera podido quedarse en la gloria del cielo. Aunque era rico y poseía todas las cosas, se hizo pobre por usted y por mí. Poseía un trono y aceptó una cruz por amor a nosotros. Padeció la muerte, para darnos la vida. Decídase hoy mismo, acuda a él con todos sus pecados, reciba la vida y el bien que le ofrece hoy; mañana tal vez sea demasiado tarde.

Haga como María de Betania, quien escogió la buena parte a los pies de su Maestro amado. Esta parte no le fue quitada, y será lo mismo para usted.

Amigo mío, escuche el solemne llamado del Señor. Su porvenir depende de ello para toda la eternidad. ¡Escoja la vida, escoja a Cristo!

M.-J. Koechlin

La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee
(Lucas 12:15).

Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos
(2 Corintios 5:15).