No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios
(Colosenses 1:9-10).
El hombre natural solo tiene un deseo: hacer su propia voluntad. No debe ocurrir lo mismo con el creyente, quien no se pertenece a sí mismo, pues ha sido comprado a gran precio por el Señor (1 Corintios 6:19-20). El primer deber de un esclavo era ejecutar las órdenes de su amo. Muchas veces tenía que obedecer en contra de su voluntad, sobre todo cuando su amo era duro y malvado. Nosotros no nos encontramos en este caso. Nuestro Amo y Maestro es, al mismo tiempo, nuestro Padre, un Padre que nos ama y nos compró a un precio muy alto, para librarnos del enemigo de nuestras almas y ofrecernos la vida eterna. Por lo tanto, siempre deberíamos obedecer a Dios con gozo.
Para poder obedecerle es necesario conocer su voluntad. Que el Señor nos guíe a conocerla cada vez más, y lo más profundamente posible, mientras estamos aquí en la tierra. Esto es lo que quiere decir el apóstol con las palabras: “llenos del conocimiento de su voluntad”. Una copa que está llena no puede contener nada más. Es preciso, pues, que nuestros corazones sean cada vez más vaciados de nuestra propia voluntad para que Dios pueda llenarlos con la suya. Cuanto más avanza un cristiano, tanto más experimenta que el viejo hombre (su vieja naturaleza) está vivo en él, siempre dispuesto a hacer su propia voluntad. Es necesario, pues, ponerla de lado para poder hacer la voluntad de Dios.
Pero, ¿cómo podemos llegar a ello? A través de la meditación de su Palabra, y no por nuestra propia inteligencia natural. Alguien dirá que hay grandes sabios que conocen la Biblia a fondo, no obstante, siguen siendo incrédulos. Lo que ocurre es que la conocen como se puede conocer un libro humano, es decir, con la inteligencia humana y con un conocimiento exterior. La Palabra de Dios solo se comprende interiormente, por medio del Espíritu Santo, quien nos hace penetrar en su significado profundo y lo aplica a nuestros corazones: “En toda sabiduría e inteligencia espiritual”. La condición esencial para conocer la voluntad de Dios es dejarse iluminar por él mismo y por su Espíritu.
Pero este conocimiento no tiene su meta en sí mismo. Muchos creyentes conocedores de las verdades bíblicas se contentan con esta ciencia. Aquí hay una trampa en la cual es fácil caer: el conocimiento, comprendido de esta manera, hincha y conduce al orgullo. Si somos exhortados a conocer la voluntad de Dios, no es para jactarnos de nuestros conocimientos ante nuestros hermanos, sino para alcanzar un propósito práctico: andar “como es digno del Señor, agradándole en todo”. Para poder realizar esto es preciso, ante todo, buscar en la Palabra de Dios, no conocimientos, sino una Persona: el Señor Jesús. Al escucharle, al someternos a él, al vivir en una comunión diaria con él, podremos, por su gracia, reproducir algunos de los rasgos de su santa humanidad y, de esta manera, llevar “fruto en toda buena obra”.
Esto no es todo. Viviendo de esta manera, aprenderemos a conocer a Dios, no solamente su voluntad, sino a Dios mismo, pues Jesús nos lo revela. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). ¿Existe ciencia más elevada que esta? ¡Conocer a Dios como nuestro Padre! Este conocimiento también tendrá un resultado práctico: al fijar nuestros ojos en Dios, nos vaciará de nosotros mismos para llenarnos de la “plenitud de Dios” (Efesios 3:19). Entonces, como en el texto del encabezamiento, creceremos “en el conocimiento de Dios”. Así, en cierta medida, se realizará la verdad y belleza de estas palabras: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
C. Favez
Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo
(2 Pedro 3:18).
Conocer la voluntad de Dios
Un hijo que nunca se ha interesado en conocer los pensamientos y deseos de su padre, en presencia de una dificultad, difícilmente entenderá lo que agradaría a ese padre. Ocurre lo mismo en nuestras relaciones con Dios. Hay cosas que Dios deja bajo forma de generalidades para poner a prueba la condición individual del alma. Muchos quisieran tener un medio fácil de conocer la voluntad de Dios, una clase de receta para cada caso difícil, pero no existe nada parecido. A menudo nos sentimos muy importantes emprendiendo un trabajo por nuestra propia voluntad; quizá Dios no tenga nada que decirnos al respecto, sino que tomemos un lugar más humilde.
A veces también buscamos conocer la voluntad de Dios para saber cómo deberíamos obrar en ciertas circunstancias, referentes a las cuales tal voluntad sería simplemente que no nos halláramos en ellas. Y si nuestra conciencia fuese sensible, su primer impulso sería hacernos salir de ellas. Nuestra propia voluntad nos colocó en ellas y, pese a esto, quisiéramos tener la satisfacción de ser guiados por Dios en un camino que nosotros mismos hemos elegido.
Una cosa es cierta: si nos mantenemos en comunión con Dios, no nos será difícil saber lo que él quiere de nosotros. Jesús dijo: “El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Para seguirle es necesario conocerle como Salvador personal, conocer sus pensamientos mediante la lectura de la Palabra de Dios y obedecer sus enseñanzas.