Todo

Colosenses 3:17

Me dirijo a los jóvenes que conocen a Jesús, que desean servirle y quizá suspiren pensando: ¿Qué puedo hacer para el Señor? A los que están esperando una ocasión importante, un llamado particular para cumplir algo que pueda ser valorado, en verdad, como «servicio para el Señor».

Pero permítanme enfocar la cuestión desde otro punto de vista. ¿Quieren decirme qué le es lícito hacer a un cristiano que no sea para el Señor Jesucristo? ¿Hay acaso algún acto, palabra o pensamiento del cual pueda excluir al Señor?              

Dejemos que la misma Palabra de Dios responda:

Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él
(Colosenses 3:17).

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). Y además, como prueba negativa, leemos en Romanos 14:23: “Y todo lo que no proviene de fe, es pecado”.

TODO. Esta palabra no admite escapatorias: el Señor nos quiere cuerpo, espíritu y alma para la gloria de Dios. No nos pide algunos momentos aislados de nuestra vida, sino toda nuestra vida, con todos sus detalles y pormenores. Quiere presidirlo todo, contarlo todo, animarlo todo.

¡Qué amo más exigente!, exclamará el incrédulo. Y lo es aún más de lo que se supone. Él te pide: “Dame, hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23:26), es decir, no solo nuestra actividad, nuestro vigor, sino su misma fuente. Porque él tiene el más sagrado y dulce de los derechos sobre los suyos: el de un amor que le hizo entregarse a sí mismo para rescatarnos.

Pero, ¡qué Amo más misericordioso! Esta esclavitud es la verdadera y única libertad, porque él rompió el implacable yugo del pecado que pesaba sobre nosotros, para que sirvamos “al Dios vivo” (1 Tesalonicenses 1:9) con gozo y alabanza, “dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17). Todo lo que no se hace para el Señor es una pérdida, pero en él todo es ganancia. Aquí nuestra felicidad y la gloria de Dios están estrechamente unidas. ¿Qué es el mundo, sino la vana búsqueda de la felicidad fuera de Dios? ¿Y cómo conseguirá el hombre ser feliz sin Dios?

TODO. No permitan que su vida se divida en múltiples partículas: una para Dios con el Señor, y las demás sin él. No hay término medio: se sirve al Señor, o se sirve al mundo y a su príncipe, Satanás.

Alguien dirá: «Usted exagera, eso no es más que una manera de hablar. En la vida hay tantas cosas que se relacionan solo con la tierra y que no tienen nada que ver con la vida espiritual».

Ahora bien, una vez más la Palabra de Dios es tajante y absoluta:

“TODO”. En este conjunto no se puede introducir la menor cosa, ninguna grieta puede partirlo, no podemos quitarle nada.

«Bueno, pero eso es imposible. La prueba es que vemos a muchos cristianos mayores, y usted mismo tal vez, que no cumplen estos mandamientos como es debido».

Amadísimos jóvenes, la experiencia de sus mayores sobre este punto no hace más que confirmar, si fuera necesario, la verdad de la Palabra: no les dirán que han hecho todo para el Señor, pero sí les confesarán, sin excepción alguna, el pesar por no haberlo hecho, y que todo lo que no tuvo a Cristo como fin, en realidad fue una pérdida.

Sin tardar, examinen detenidamente –nadie puede hacerlo por ustedes– los móviles reales de todas sus ocupaciones.

Por ejemplo, para hablar de las cosas más sencillas: dedican tiempo y cuidados a su cuerpo. Hay que alimentarlo, limpiarlo, vestirlo; pide descanso, sueño, cuidados en caso de enfermedad, etc.

Todo esto es, desde luego, tan natural que no se les ocurre hacerlo para el Señor. Pero hay personas, verdaderos maniáticos respecto a los cuidados corporales, que siempre están preocupados por sí mismos, por su salud, su rostro, su apariencia, su «línea», sus vestidos; o que practican con afán todos los deportes propios para hacer resaltar armoniosamente su cuerpo. Otros, al contrario, descuidan a tal punto sus cuerpos que llegan a ser repugnantes para los que los rodean. ¿No dirán que los primeros están demasiado ocupados de sí mismos, y que los otros desprecian una cosa que Dios ha creado? Para el cristiano, todo cuanto se refiere a este punto estará regulado si recuerda que su cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20); entonces lo tratará como consagrado al Señor, sin idolatría ni negligencia alguna, dando gracias a Dios por ello.

Si su trabajo de orden manual o intelectual se desarrolla en el campo o en el taller, en la oficina o en la tienda, poco importa. ¿Con qué fin lo hacen? Si es para enriquecerse, su trabajo viene a ser la peor de las cosas; observen lo que dice 1 Timoteo 6:9 a “los que quieren enriquecerse”. Otros obran como si el trabajo tuviese su propio fin en sí, y piensan, equivocadamente, que no hay nada más noble que una vida consagrada al trabajo. Otros, al contrario (¡y cuántos hay de ellos hoy en día!), siempre consideran que han hecho demasiado por lo que ganan. Aprendamos, pues, a ver en nuestro trabajo diario un medio para servir al Señor, hagamos nuestra tarea para él, convencidos y agradecidos de que por este medio él provee a nuestras necesidades y a las de nuestras familias; asimismo nos permite hacer “bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). No nos hagamos ilusiones, cualquier otro motivo falsea completamente nuestra existencia y disminuye el valor de nuestra labor.

Ganarse la vida es honroso delante de Dios, pero trabajar con el único fin de amontonar un capital o hacerse un nombre es sumamente despreciable. “TODO lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo TODO en el nombre del Señor Jesús”, para la gloria de Dios.

Esta misma regla, muy sencilla en sí misma, puede aplicarse a cualquier campo de nuestra actividad. Muchos de ustedes, amados jóvenes, están haciendo un aprendizaje, estudian para la profesión que desempeñarán algún día. Todo esto es necesario y muy lícito en sí; pero más allá del oficio, o mejor dicho, por medio del mismo, deben servir al Señor; solo teniendo dicho fin a la vista podrán instruirse útilmente, formarse y cultivarse.

Desde luego, no se trata de someterse a una ley. Con razón la juzgarían dura e inaplicable. Pero dejen que Cristo posea verdaderamente sus corazones, que él sea todo para ustedes, y todo les será fácil. Quizá tengan que suprimir radicalmente muchas cosas que les parecían indispensables. A los ojos del mundo representa un empobrecimiento. Pero no se preocupen, siempre tendrán que agregar más y más cosas que les permitirán conocer el verdadero gozo. La vida cristiana, lejos de ser una vida disminuida o reducida, es una vida inconmensurablemente enriquecida. Con un celestial destello, Cristo viene a iluminar las cosas más insignificantes de esta tierra.

Dejen que él mismo, en su infinita sabiduría, oriente su corazón y su espíritu. Entonces ya no tendrán que elegir entre los pecados groseros y ese montón de cosas «en las que no hay ningún mal», pero de las cuales no se podrá afirmar que son hechas por fe y para la gloria de Dios. ¿De qué sirve discutir acerca de la elección de una u otra carrera, asistir a tal concierto, leer tal libro, ir a un partido, salir a comer o realizar un negocio ventajoso? Lo hacen para el Señor, dando gracias a Dios Padre, o no lo hacen y dejan deliberadamente al Señor de lado. No esperen tener unos diez o veinte años más para verse obligados a exclamar: ¡Cuánto tiempo he malgastado! Rediman ese tiempo que vuela tan rápido, y denle todo su valor, utilizándolo TODO para el Señor.