Las estaciones de la oración

Entre las personalidades del Antiguo Testamento, pocas hay que encantan como la de Nehemías. Su atractivo en que es tan intensamente humano y tan sencillamente práctico en su andar con Dios y sus semejantes, que hace vibrar una fibra en nuestros corazones y se acercan a nosotros en el deseo de glorificar a Dios en nuestra vida y andar.

La enseñanza de la vida

¿Cuál, preguntémonos, es la primordial lección que la página inspirada nos enseña, mientras profundizamos la historia de nuestro compañero de peregrinación que ha sido delante; el que fue tan débil en sí mismo y tan invenciblemente fuerte en Dios?

Para descubrir esto, miremos el primer capítulo de Nehemías, y allí hallaremos el principio, el fundamento, el origen y el secreto de lo que sigue.

¿En qué rara situación encontramos a nuestro amigo en el mes de Chisleu, mes de invierno? Está delante de nosotros como cautivo en un país lejano, más pobre que cualquier arruinado, sin poder ni influencia. No podía estar en mayor apuro; era realmente tiempo de invierno para él.

¡Cuán inesperada y maravillosa es la lección de nuestro Padre! Seguramente cada uno de sus hijos puede regocijarse en ella, pues ni uno es demasiado pequeño e insignificante para su obra, si únicamente estamos dispuestos a serle instrumentos libres de toda otra preocupación.

En tales momentos, Hananí y sus amigos se presentan en escena con sus tristes noticias sobre el residuo de los judíos que habían quedado en Jerusalén, en grande aflicción y oprobio; de los muros de la ciudad derribados y de sus puertas destruidas con fuego. Esta llegada de sus compatriotas nos lleva al momento decisivo en la historia de Nehemías. Se sienta y llora, está de luto y ayuna, pero no queda solamente en esto: Hace algo que todos podemos hacer: Ora. Sin recursos en cuanto a medios humanos se refiere, pero poseyendo la única y verdadera riqueza: La ayuda de Dios.

¿No es ésta la clave del éxito de su vida y la clara enseñanza que tiene para nosotros?

“He aquí, él ora”.

Bien podemos detenernos y considerar a este afligido, solo en la presencia de su Hacedor, sus manos vacías, su corazón quebrantado y sin ayuda humana. Así va con su dolor a Aquel que nos hizo para sí mismo, que mucho desea bendecirnos, y que mira con bondad a su amado siervo.

Y ¡Qué oración hace nuestro amado compañero acercándose y demandando en base de la fidelidad con que guarda su pacto! En suprema humildad y arrepentimiento derrama su confesión de pecado: el del pueblo y de sí mismo. Entonces recuerda a Dios sus promesas hechas por su siervo Moisés, que si transgrediesen su ley desparramaría, pero si volviéndose a él, los traería otra vez a su tierra. Es como si Nehemías dijera: “Has sido fiel a tu palabra de castigar nuestra desobediencia, ahora debes ser fiel en igual manera en bendecir nuestra obediencia volviéndose a ti”. Así ruega, y es admirable como Dios honra sus promesas para que por ellas le probemos.

Finalmente, la oración de Nehemías cambia de una petición general a otra personal: “Concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón”. Así termina el primer capítulo en el que nos es presentado el hombre por el cual iba a restaurar su ciudad. La razón de esto es evidente. Dios emplea la vida que está completamente entregada a él.

Primavera

En el capítulo 2, nos encontramos en el mes de Nisán –primavera. Cuatro meses habían sido ocupados en la oración. Vale la pena tomar nota de esto, pues demuestra que tanto la oración como la naturaleza tiene sus estaciones. Es este el capítulo del Éxodo; pasó el invierno, “el tiempo de la canción ha venido”. Nehemías ya no está sobre su rostro delante del Señor, se ha levantado para obrar; la acción es el fruto de la oración.

El invierno de oración termina dejando lugar a la primavera, la primavera al verano, el verano al otoño. “A andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:6).

Nehemías se nos presenta ahora en un nuevo carácter: Como copero del rey Artajerjes. Entra en presencia del monarca con su cara triste, una grave falta en un servicio del rey; pues en aquellos días el estar en presencia del soberano sin la alegría pintada en el rostro, era cortejar la muerte. Es convenientemente detenernos aquí para considerar tan extraordinaria contestación a la larga oración de ese invierno. ¿Cómo es que el siervo de Dios en el comienzo de su obra estuviera expuesto al fracaso?

La explicación es sencilla: Fue precisamente porque en ese momento Dios necesitaba un rostro surcado de lágrimas para abrir el corazón del rey, como en el próximo libro de Ester emplea la hermosa cara de ella para llevar a cabo sus propósitos. No debemos nunca permitir que las contestaciones inesperadas afecten nuestra fe.

Nehemías, aventurándolo todo, dice al rey cuál es la causa de su tristeza, y podemos imaginarnos su sorpresa y gozo cuando el rey, en lugar de condenarlo, le pregunta que petición desea hacerle. Aquí hallamos un rasgo de la fe de Nehemías en las palabras: “Entonces oré al Dios de los cielos y dije al rey”.

El poder del Rey celestial se derrama por sus siervos sobre el rey terrenal, y el camino de Nehemías es abierto delante de él.

Grande es la lección de fe aventurada para nosotros: “Fíate de Jehová de todo tu corazón… y él enderezará tus veredas”. “Y –dice nuestro amigo– me lo concedió el rey, según la benéfica mano de Jehová sobre mí”.

Estío

Los acontecimientos siguen ahora rápidamente uno tras otro como si aquella misma “benéfica mano” empujando al siervo, venciese todo obstáculo y produjese triunfante la consumación del plan de Dios por medio de su instrumento.

La primavera ha cedido al verano cuando Nehemías llega a Jerusalén y su pesada tarea se vislumbra –una ciudad sin defensa, sus calles atoradas de basura, el pueblo desanimado. “En el día del mal considera”, pues sin hombres, los medios que ha recibido no sirven.

¡Cuán sencilla, y sin embargo, cuán penetrante es la enseñanza que encierra el próximo paso que toma Nehemías! No acude a sus amigos, ni a los nobles o gobernadores en busca de consejo, sino solo a Dios. Aquel que le había traído hasta aquí y que puso el deseo firme en su corazón no le abandonaría en esta hora de crisis. Solo precisa preguntar cuál será el paso que tomar. Como un experimentado escritor ha declarado: “Es necesario algo más que obrar de parte del verdadero siervo; debe estar con frecuencia en la presencia de su Maestro para saber lo que debe hacer”.

Una visión en la noche

Se presenta otra escena para nuestra meditación: “Me levanté de noche… y salí de noche… y subí de noche por el torrente y observé el muro”. Seguramente no fue accidental el triple énfasis que dio a esta palabra “de noche”. No, porque recordamos cuán constantemente por los siglos su Hacedor ha aprovechado la noche silenciosa para hablar con los hombres. “Entonces revela al oído de los hombres, y les enseña su consejo” (Job 33:16). ¿Quién dirá lo que pasó en aquella solemne hora de medianoche cuando solo, pero no solo, el siervo de Jehová mira sobre la amada ciudad?

Sabemos que el resultado de aquella visión en la noche tuvo repercusión sobre Nehemías, guiándole a una inmediata y enérgica acción, pues el entusiasmo contagioso de Nehemías tuvo su efecto sobre los príncipes y el pueblo quienes se levantaron como un solo hombre y, a pesar de la oposición satánica que siempre está presente cuando se emprende una obra en el poder del Espíritu, el muro se edifica y las puertas se colocan.

Otoño

“Fue terminado, pues, el muro, el veinticinco del mes de Elul (otoño), en cincuenta y dos días” (Nehemías 6:15). Mis amigos y compañeros de peregrinación, hemos llegado a la última de las estaciones y al fin de la obra; falta una sola cosa para hacer. Así leemos que al llegar el séptimo mes se juntaron en una grande reunión de oración y alabanza. ¡Realmente era el coro de segadores! El gozo del Señor había sido su fortaleza en aquel tiempo lejano como en nuestro vigor hoy, mientras corremos nuestra corta carrera y hacemos la obra para la cual hemos sido tomados por Cristo Jesús y dotados en el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros.

Que la luz que brilla en esta vida de Nehemías y revela el valor de la oración perseverante, importuna y espontanea, nos ayude a apreciar de nuevo este maravilloso don que nos ha sido conferido, como un capital, igual como lo fue para Nehemías.

Y que la realidad de las estaciones de la oración, tan similares en su línea a la de la naturaleza, inspire nuestros corazones a creer con más firmeza que nuestras oraciones e intercesión serán coronadas de éxito.

Epilogo

Y tú afligido y tal vez fatigado con tempestad, sin consuelo, pensando que tus oraciones no han sido oídas, puede ser que este sencillo mensaje te ayude en la prueba de tu fe. No lo creas extraño que tu Señor te permita ser probado cuando en el invierno de tus oraciones, ruega y esperas ver alguna señal de vida en aquella alma indiferente por la cual tú has orado mucho tiempo con insistencia. La primavera se acerca, el verano viene, tú no has sido abandonado, solamente has sido disciplinado y después de la prueba saldrás como el oro refinado y traerás las gavillas contigo – “porque él es fiel que prometió”.

Seguramente su promesa tiene el mismo valor en el mundo espiritual como en el mundo natural, pues la promesa hecha a Noé ha sido fielmente cumplida hasta ahora y continuará: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22).

Extracto